Como la Hidra de Lerna, un monstruo mitológico de mil cabezas, la desigualdad crece en el mundo y amenaza con devorar a millones de personas que hoy están siendo empujadas a una vida de exclusión y vulnerabilidad extremas. Son víctimas de una crisis global de disparidad sin precedentes que fragmenta sociedades y genera desbordantes sentimientos de frustración, descontento e indignación.

Naciones Unidas y la ONG Oxfam Internacional advierten del aumento de la brecha entre ricos y pobres tanto en países en desarrollo como en los más pudientes. Son alarmantes las diferencias económicas y sociales que están perpetuando la pobreza, impactando la estabilidad política de estas naciones y erosionando la confianza en gobiernos e instituciones.

Hoy 2.153 multimillonarios son dueños de una riqueza que equivale a la de 4.600 millones de personas. El 1% más rico de la población mundial tiene cada vez más plata, mientras que el 40% más pobre obtiene menos de un 25% de los ingresos globales y más de dos tercios de los habitantes del planeta vive en países dónde la desigualdad creció. Muchos de ellos están en América Latina. Nuestra región es la más desigual del mundo y aunque había logrado avances, ese abismo entre los que tienen y los que no volvió a dispararse en Argentina, Brasil y México.

Es hiriente que por las erráticas políticas de los Gobiernos desandamos el camino de derechos que reclaman millones de personas a las que se les están cerrando las puertas del avance social y económico, mientras que a sus países les costará mucho más reducir pobreza al crecer muy lentamente por el debilitamiento de la economía global.

La desigualdad no es inevitable, pero revertirla demanda una enorme voluntad política. Si no queremos dividirnos más y frenar el progreso, gobernantes, clases dirigentes y élites en general deben trabajar por una economía más solidaria y equitativa que ofrezca oportunidades para todos y no sólo para unas minorías.

Más recursos para salud y educación, apoyo para el tránsito de los jóvenes del sistema educativo al mercado laboral, mayor cobertura de seguridad social, remuneración para el trabajo de cuidado de las mujeres y protección las familias amenazadas por el cambio climático y los avances tecnológicos siguen siendo asignaturas pendientes. También lo son la reforma de los sistemas impositivos para hacerlos más progresivos y la vigilancia de las grandes fortunas para que no eludan sus obligaciones fiscales y asuman de manera justa su pago e incluso tributen más impuestos.

Iniciativas, que no tienen origen en el castrochavismo como muchos podrían creer, sino en la preocupación de la ONU y de la Oxfam por la creciente inequidad que “inclina la balanza política en beneficio de los más ricos”, a quienes se les han reducido sus impuestos pasando de una tasa global del 66% en 1981 al 43% en 2018. Unos bajos niveles impositivos que profundizan las diferencias y que son el resultado de la influencia política de estos sectores.

“Una vida digna y con oportunidades no es un privilegio reservado a algunas personas, sino un derecho universal” que nos llama a todos a comprometernos en la lucha contra la desigualdad.