La fuga de Aida Merlano fue la tapa del congolo. Un insuceso que superó con creces el oso mayúsculo que hizo el presidente Iván Duque entregando en la ONU un informe con pruebas de la complicidad entre “el régimen de Nicolás Maduro y los carteles terroristas”, pero que resultó un tiro en el pie por las fotos que no correspondían a la denuncia del mandatario.
Como si esto no fuera lo suficientemente hilarante para generar el divertimento de medio planeta, el otro medio encontró en el reality de la huida de la excongresista, razones de sobra para gozarnos hasta desternillarse de risa.
Episodios vergonzosos tras los que rodaron varias cabezas, sin decisiones de tipo político. Y como sucede en nuestra patria … boba, se adelantan investigaciones para determinar otras responsabilidades y se designará una comisión del más alto nivel para “llegar al fondo del asunto” y concluir que con lo cual y sin lo cual, todo seguirá igual.
Pero no puede ser. Basta ya de seguir hundiéndonos en la indignación que este tipo de hechos nos producen y que generan una sensación de impotencia y desasosiego durante algunos días hasta que surge un nuevo escándalo que opaca el anterior en una reedición de malestares y frustraciones que parecen no tener fin en el alma de millones de colombianos que vemos como unos pocos se empeñan en “tirarse” el país, que es el único que tenemos.
No pretendo alebrestar a nadie. La violencia nunca es solución: nada resuelve el que intenta quemar la sede del Icetex porque no le gusta la entidad, ni quien arremete contra estudiantes universitarios que protestan porque un exrector dilapidó cerca de 11 mil millones de pesos de recursos públicos en gastos suntuarios o quien agrede a un periodista porque no comparte la línea editorial de su medio.
“La violencia sólo multiplica el mal”, decía Gandhi. Apelemos a la no violencia, salgamos de ese escenario simplista e inútil y marquemos diferencia desde las ideas y la argumentación constructiva, siendo más inteligentes que quien nos utiliza para promover odio y confrontación. De esos siniestros personajes están llenas las redes sociales y terminamos siendo idiotas útiles de sus mezquinos intereses absorbidos por la detestable dictadura del like. La vida real es otra.
Siempre he defendido que hay que levantar la voz. No importa la edad que tenga, no se resigne, pero ¿qué batallas quiere dar y cómo quiere hacerlo? En Colombia, hay una agenda amplia: lucha contra la corrupción, injusticia social, desigualdad, pobreza, tantas violencias, la falta de oportunidades en educación y salud…
Tenemos que aprender a leer el país que hoy estamos viviendo y dejar de señalar a los demás como los únicos responsables de la actual crisis. Hay que formarnos, educarnos para ser capaces de exigir, cuestionar y actuar; visibilizando la incompetencia, los abusos, las irregularidades que nos acosan; pero teniendo la ética y el respeto como banderas y excluyendo el egoísmo, la indolencia y el cinismo que nos tienen jodidos. Nos toca a todos.