En Colombia, el país de las dolorosas e incontables injusticias, el vil asesinato del sociólogo y académico Alfredo Correa De Andreis, hace ahora 20 años, ha sido una de proporciones bíblicas.

Fue un crimen cobarde y cruel, antecedido por una persecución en su contra que derivó en una vergonzosa captura, dos meses antes. Debido a que el burdo montaje del que había sido víctima, para acusarlo de colaborar con el frente 59 de la Farc, era tan delirante como insostenible, fue dejado en libertad. Pero, poco tiempo después, el defensor de derechos humanos fue acribillado en Barranquilla junto a su escolta, Edilberto Ochoa. “Hey, loco, no dispares”, sus últimas palabras.

No podemos ceder a la consumación del olvido ni a la sinrazón de la violencia. Este asesinato que estremeció e indignó a toda la nación, especialmente a la región Caribe, donde el investigador social alertaba del desplazamiento de comunidades enteras de territorios codiciados por los señores de la guerra que decretaban a sangre y fuego su despojo. O sobre los impactos ambientales de proyectos carboníferos y portuarios en el corregimiento de Palermo, Magdalena, demostró la arrogancia criminal del contubernio entre el Estado, en cabeza del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), y estructuras de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).

Pese a la consabida maniobra de impunidad con la que intentaron blanquear su responsabilidad en un primer momento, a estas alturas no queda duda alguna de que esa alianza mafiosa mató a Alfredo Correa De Andreis. Su abyecto crimen fue parte de un temible plan de expansión del Bloque Norte de las Autodefensas, bajo el mando de Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40, quien recibía órdenes de Carlos Castaño. Eran los tenebrosos tiempos de la Operación Barbarroja, con la que la Casa Castaño buscaba apoderarse del Caribe: 1.664 asesinatos selectivos de docentes, sindicalistas, líderes sociales y desmovilizados se cometieron entre 2004 y 2006 en Barranquilla.

Han pasado 20 años de ese dilatado itinerario de horror y sangre de los paramilitares que durante ese lapso dejó 8 mil víctimas registradas en Atlántico, pero la aterradora máquina de la muerte no se detiene en el departamento ni el resto de Colombia. Como Magda Correa, hermana del inmolado catedrático, le dijo a EL HERALDO: “Si Alfredo viviera estaría completamente decepcionado. Tanto sacrificio que él hizo y el país sigue igual, o peor. Asesinatos, falsos positivos, detenciones injustas. No ha cambiado absolutamente nada”. Cuánta razón le cabe a sus palabras.

En este sentido, la Fiscalía General ha documentado 133 crímenes de líderes sociales y defensores de derechos humanos, a corte del 11 de septiembre. Aunque sucesivos gobiernos, incluido el actual, han diseñado políticas públicas, puesto en marcha planes colectivos o adoptado medidas individuales para garantizar protección, poco o nada mejora. De hecho, por segundo año consecutivo volvimos a ser la nación donde más ambientalistas matan en el mundo.

Tanto tiempo después las luchas sociales de Alfredo Correa De Andreis se mantienen vigentes. También las de su valerosa familia que no ha dejado de escudriñar en la miseria de semejante ignominia la verdad aún encubierta sobre los responsables, por acción y omisión, de su asesinato. ¿Quiénes tienen las llaves de esta caja de Pandora? Sin duda, el ex director del DAS Jorge Noguera, su ex jefe seccional en Barranquilla Javier Valle Anaya y el ex jefe del Bloque Norte, ‘Jorge 40′, todos condenados por el crimen, a quienes se les ha hecho tarde para contarlo todo y revelar quiénes son los miembros de los círculos de poder y funcionarios judiciales que aún faltan.

Nada como la verdad para honrar la memoria de aquel que no merece ser relegado al olvido. Eso sería igual a renunciar a nuestra dignidad, a la libertad e, incluso a la vida misma. Y no se trata solo de rendir homenaje a Alfredo, cuya impronta de resistencia civil hizo de él una figura de relevancia simbólica en el martirologio de líderes sociales y defensores de derechos humanos de Colombia. Su recuerdo nos pertenece a todos, como el de quienes han luchado también por un país más justo, libre de violencias, con un futuro posible. Este aniversario, en el que abrazamos a los Correa De Andreis, nos convoca a una reflexión para atesorar el legado de Alfredo como un patrimonio compartido en un intento de ser dignos de su enorme sacrificio y el de tantos otros.