He escrito columnas de opinión desde hace casi dos décadas. No empecé aquí, sino en un suplemento del periódico local de Cartagena. Luego pasé a ser titular de los editorialistas de ese mismo periódico, luego pasé a la versión electrónica de uno de los más importantes medios nacionales, luego Ernesto McCausland me dijo que me viniera para EL HERALDO. Por un tiempo escribí en cuatro lugares al mismo tiempo, me parecía como jugar Tetrics, le encontraba diversión al reto. El asunto es nunca fallar en la entrega. Una vez mi hija enfermó y me tocó escribir la columna en medio de la noche, en la habitación de un hospital, sentada en la orillita de la cama, mientras ella dormía.
No siempre es satisfactorio escribir. A veces uno siente que es infructifero, que poco influye en que este mundo sea un poco más justo, un poco más amable. De vez en cuando, sin embargo, cobra todo el sentido. Cuando la columna sirve para cuestionar el desequilibrio del poder, cuando le da voz a quien no la tiene.
Esta semana me contactó una estudiante de una facultad de comunicación y periodismo de Bogotá. Estaba interesada en que le respondiera un cuestionario de cinco preguntas sobre las columnas de opinión. Acepté. Eran cinco preguntas muy concretas. Le dije que me las fuera haciendo una a una por WhatsApp y yo le iba contestando. Comenzó preguntándome qué era una columna de opinión. Le respondí. Luego me preguntó cómo se seleccionaban los temas. Le conté cuáles eran mis criterios. Siguió con la tercera pregunta: Qué herramientas se emplean para realizarla. Lo pensé. Pensé y comencé a escribir. Redacté un primer párrafo. Le estaba hablando de las fuentes que suelo usar y cómo trato de contrastar la información. Le estaba diciendo que leo sentencias judiciales completas. En ese momento recibí una llamada de mi madre, era mi hermano. Hasta ahí llegó la entrevista, hasta ahí sentí que llegó el curso normal de la vida. Dos horas más tarde lo estábamos ingresando a la unidad de cuidados intensivos. Un tipo sano de 44 años, deportista, practica jujitsu, es chistoso cuando quiere y antipático la mayoría de las veces, estudioso, le gustan los videojuegos, no comparte mi ideología política y hay una generosa evidencia donde aparece bailando en su fiesta de cumpleaños del viernes pasado. Así, de repente, estábamos frente a un diagnóstico de Guillain Barré. Una enfermedad en la que el sistema inmunológico ataca al sistema nervioso periférico produciendo paralisis, de manera ascendente, hasta llegar al torax y producir paro respiratorio en el 14% de los pacientes. Sentí terror. Mi hermano ha empezado a mostrar signos de recuperación. Quizá el lunes yo era feliz y no lo sabía. Quizá ahora lo empiezo a ser otra vez. Quizá la mejor respuesta al cuestionario de la estudiante sobre el oficio es que uno no se detiene, que todo cuanto ocurre entra en la maleta del análisis, que la coyuntura política suma, pero que en eso de “opinión” cuenta de manera profunda la subjetividad del autor, que se saca el corazón sangrante y lo pone aquí, en este teclado.
@ayolaclaudia