El pasado jueves una de las movilizaciones del Paro Nacional se propuso hacer un recorrido desde la India Catalina hasta el barrio Bocagrande en la ciudad de Cartagena. Las autoridades negaron el recorrido aludiendo que era improcedente el uso de la vía de acceso a los barrios Bocagrande, Castillogrande y el Laguito, y por tanto, advirtieron que se desplegaría un importante operativo “preventivo, disuasivo y coercitivo” en caso de no acatarse la orden de la Policía de no transpasar las barreras.

Pese a que todas las protestas de Cartagena han sido absolutamente pacíficas y esta no sería la excepción, desde muy temprano las autoridades policivas cumplieron con su prometido dispositivo de seguridad. Una linea con numerosos uniformados, motos y camión antimotines marcó un límite que para unos no era nuevo. La Policía apenas se encargaba de dibujar lo que simbolicamente ha existido desde siempre, puso de relieve una de las fronteras invisibles de Cartagena, una que no es ajena para los que nacimos y crecimos en esta ciudad.

En los años 80, a los adolescentes del barrio les prestaban los carros solo para conducir por Bocagrande. Una suerte de limbo se inscribía en un round point cerca de una gasolinera que para ser redundante se llamaba “El limbo”. Hasta allá, sin embargo, llegaban ebrios aquellos muchachos que desafiaban los límites para rozar los extramuros del Parque de la Marina y golpear a las travestis que se apostaban en las noches por el sector. La ciudad no existía. El Centro Histórico para entonces era una zona marginal que conectaba con Manga, un barrio clase mediero apenas aceptado. Pero todo lo que se abría desde ese límite hacia allá (hacia acá) era llamado “Oriente”. La tierra era plana.

A las mujeres que vivían en otros sectores de la ciudad eran llamadas -son llamadas- “orienteras”, y por una suerte de negociación de género-clase, muchos pueden tener amantes de Oriente, pero no casarse con ellas. Los negocios se mantienen con alianzas matrimoniales con gente de la misma clase, del mismo barrio por supuesto, de la gente con la que se va al mismo colegio, la que creció sin transpasar el limbo.

Nada más penoso y caricaturesco que estas historias de provincianismos acomodados en abolengos de apellidos, clubes, fulanitos de tal, esas maneras de hablar en voz alta y cultivar la estupidez de creerse el ombligo del mundo, de crecer creyendo que un barrio es el universo, pese a las vacaciones en Miami creer que todo ocurre en el mismo campito de softbol. Esa idiotez sumada al poder convierte a Cartagena en lo que es. Una corronchería obtusa y pretensiosa que establece líneas divisorias, luego mira a Barranquilla y se pregunta por qué funciona el Carnaval, por qué tiene identidad como ciudad. El problema no es la gente de Bocagrande ni que unos marchantes no puedan entrar a un barrio -que además cada año está más hediondo-, el problema es que con estas mismas lógicas se ha estado gobernando este hervidero. Una oportunidad bellísima presenciamos: la oportunidad de construir una ciudad y no un rancho de aldeanos asustados. No darse cuenta de esto es falta de visión del actual Alcalde y, sin duda, una agenda pendiente para el Alcalde que viene.

@ayolaclaudia

Ayolaclaudia1@gmail.com