En clase de sociales sentí que era importante la palabra democracia. Era la primera vez que la escuchaba. Desde temprana edad en los colegios la empezaban a vender como un concepto importantísimo, algo que nos definía en esencia, un valor occidental tan amalgamado con el respeto a las instituciones, a la libertad. Subí al carro de mi madre cuando fue a recogerme al final de la jornada escolar con ese sentimiento de haber descubierto algo importante. El poder del pueblo, imaginense, cosa tan grande para una niña de primaria.

Muchos colombianos han visto con sospecha a Venezuela, asegurando que lo que ocurre allá es una dictadura. Con ese panfleto se han ganado elecciones en este país, usando un espejo y manipulando el miedo para que la gente sienta que podemos convertirnos justo en eso. Lo paradójico es que, quienes más usaron este caballito de batalla como eslogan de su campaña, una vez llegaron a la presidencia, nos conducen sostenidamente hasta el abismo que se inventaron.

El malestar social de este paro nada tiene que ver con Gustavo Petro ni con ningún otro lider de la oposición. Nadie podría llevarse este rédito electoral para su próxima campaña -lo dice alguien que votó por Petro-, tramposo sería endilgarle esto a un solo partido, a un solo liderazgo. Al margen de las cabezas visibles que organizaron el paro, lo ocurrido el 21 de noviembre y los días siguientes, es la manifestación de un pueblo hastiado. Y no es el pueblo miserable saliendo de lugares inmundos a los que los ha condenado la desigualdad y exclusión de este país, tampoco es el pueblo empobrecito, los eternos jodidos, no, son ellos y son todos. Es un malestar social tan generalizado que desde una reina de belleza hasta el músico más acomodado han apoyado la movilización.

Cuando la marcha del jueves finalizó en el centro de la ciudad de Cartagena, el Esmad empezó a lanzar gases para evitar que la gente que protestaba ingresara en Bocagrande, uno de los barrios más elitistas de la ciudad. Sin embargo, no eran los marchantes con intenciones vandálicas, eran los marchantes de Bocagrande que participaron en la marcha y que se estaban devolviendo a sus casas. Eso, por supuesto no lo entiende Duque, no sabe de qué le hablan, no sabe que por esa misma razón las cacerolas sonaron en el exclusivo barrio Rosales de Bogotá.

Perseverar en la idea de reprimir la protesta social e intentar sistematizar el miedo a través de estrategias ruines que siembran el terror con unos supuestos “vándalos” que bajan de camiones de la Policía en las puertas de conjuntos residenciales, no es propio de una democracia. Seguir alentando a los civiles para que se armen, tampoco. El gobierno Duque apaga el fuego con gasolina sin darse cuenta que está ante un malestar social de amplias dimensiones, espontáneo, de colombianos y colombianas que están mamados de sentirse jodidos. Aturdido Duque debe dejar de escuchar a los incendiarios que lo asesoran, y por primera vez escuchar al pueblo del sistema democrático que lo eligió.

@ayolaclaudia

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