En 1961 se llegó a un entendimiento para que pelearan dos de los más destacados welterweight: el cubano Benny ‘Kid’ Paret y el norteamericano -aunque nacido en una de las pequeñas islas vírgenes del Caribe- llamado Emile Griffith.

Entre estos dos boxeadores existía lo que llaman “mala sangre”. Llegó el día del pesaje y eso faltó poco para que ambos púgiles se fueran a las manos, antes de la ceremonia. Tal parece que Griffith había acostumbrado antes a hacer una cantidad de bromas a costillas de la masculinidad dudosa de Paret; y cuando éste le pellizcó una nalga a Griffith, tuvieron que intervenir de inmediato varios elementos ligados al boxeo para evitar una desgracia.

De tal manera que cuando ambos púgiles subieron al ring y se miraban con maneras hostiles, los allí presentes comentaban que ese combate entre los dos no terminaría normalmente como todos los match de boxeo. Y, realmente, ambos se miraban con hostilidad manifiesta.

Sin embargo, el combate transcurría emocionadamente a favor de uno u otro, pero no se presagiaba lo que ocurriría pocos minutos más adelante. El combate parecía estar inclinado a favor de Griffith, pero Paret peleaba con gran tesón.

Se produjo un intercambio de golpes pocas veces visto por los espectadores neoyorquinos; Griffith pareció tomar ventaja en el primer minuto del round y llevó a Paret a una esquina donde esperaba rematarlos. Y, en efecto, Griffith tomo ventaja del intercambio de golpes y arremetió contra su contendor con gran denuedo, llevándolo a una esquina neutral donde arremetió ferozmente contra el cubano que tanto lo hostigaba a la menor oportunidad.

Griffith logra montarse en ventaja en los intercambios por haber colocado un recto de derecha que le hizo bastante daño a Paret. Por supuesto Griffith arreció en su ventaja y colocó sobre la humanidad de Paret un alto número de golpes que no fueron devueltos.

Era el instante en que de haber intervenido el referee la pelea no habría pasado a mayores. Griffith acorraló a Paret en esa esquina neutral y lo sometió a un violento castigo; era el momento último que se le ofrecía al referee para que interviniese en la pelea, no haciéndolo en el momento en que todo parecía preciso para su intervención y así se desbordaron los hechos siguientes.

Griffith desencadenó su ataque para terminar con Paret, pero éste no caía porque tenía su brazo derecho sostenido por la cuerda alta lo que impedía su caída; y allí siguió Griffith su cadena destructora porque el referee Ruby Goldstein -ex pugilista de mucha fama en sus buenos tiempos- se negaba estúpidamente a parar aquella masacre.

Ya seguiremos en la próxima entrega el final de este combate que tantas diatribas despertara en la conciencia nacional de los Estados Unidos.