«En las corridas se reúne todo: color, alegría, tragedia, valentía, ingenio, brutalidad, energía y fuerza, gracia, emoción», dijo el gran Charles Chaplin en 1931 tras asistir a una corrida de toros en la plaza de San Sebastián. Lo que Chaplin reconoció entonces como «el espectáculo más completo», en Colombia ya no será más que una expresión cultural de aquel pasado en que, cual gladiadores romanos, los llamados toros de lidia salían a la plaza a morir o matar.

La Cámara de Representantes aprobó esta semana el proyecto de ley que busca prohibir las corridas de toros, el rejoneo, las novilladas, becerradas y tientas en el país. Solo basta con que sea aprobado por las plenarias de Cámara y Senado, y que pase a sanción presidencial para que se vuelva ley en todo el sentido de la palabra. Con el nacimiento de dicha ley, muere en Colombia la que Federico García Lorca llamó en la década de los treinta «la fiesta más culta que hay en el mundo».

El toreo, como manifestación artística donde un duelo a muerte es el que mantiene en vilo al público que —deseoso y expectante ante la victoria del torero— fija sus ojos sobre la arena, es muy difícil de justificar en un mundo en el que, precisamente para combatir la violencia, es más que primordial promover la vida en todas sus dimensiones en cuanto escenario sea posible. Hoy el toreo ha llegado a su tercio de muerte en Colombia. Y aunque muchos hayan vivido de ello por años, el fin de la tauromaquia en este país tenía que llegar.

El espectáculo de masas más antiguo de España, y uno de los más primitivos de este planeta, poco a poco ha ido cayendo sobre el coso. Está ganando en franca lid el “no a la tortura” frente al ocio. Está ganando una visión más humana frente a los animales, ante la tozuda necedad nuestra de creernos más listos que la naturaleza misma. Está ganando la empatía por todo aquello que se considere un ser viviente. Y todo eso vale más que una función cruel que puede llegar a durar hasta tres horas.

«Por las gradas sube Ignacio, con toda su muerte a cuestas. Buscaba el amanecer, y el amanecer no era», escribió Lorca en honor a Ignacio Sánchez Mejías, un torero amigo suyo que murió por la que fue su pasión. Frente al anuncio de la prohibición de las corridas de toros en el país, César Rincón, el torero colombiano que hizo nombre en la plaza de Las Ventas en Madrid a principios de los noventa, ha dicho que le «están arrancando lo que ha sido su vida». La tauromaquia lo hizo héroe. Los toros de lidia lo hicieron grande. Pero hoy, una decisión de naturaleza civilizada encarna la muerte del matador.