El valor de un hijo se representa desde que nace. Un ocho de septiembre nació Andrea, mi hija menor, trayendo toda la felicidad a la que un padre puede aspirar sobre la tierra, a su llegada yo no tenía dinero, ni ninguna otra clase de beneficios, pero sí una felicidad que nos llenaba completamente. Con el tiempo, mostró sus características genéticas y de comportamiento. Facciones delicadas, con frases suaves pero concretas, nos mostró, por encima de todo y de todos, un pensamiento infantil, con grandes aspiraciones. Castillos encantados que a sus finales cinco años y medio, supo construir en una mente que no tenía límites, no le tenía temor a nada, su espontaneidad marcaba su comportamiento, volaba y viajaba, antes como ahora en la eternidad. Aprendiendo a obedecer, nos miraba siempre, como para recibir una aprobación, de aquello que dudaba estaba bien o mal. Pero, en general para ella todo era bueno, y el deseo de ser primera, siendo la menor entre sus tres hermanas, nació de la favorabilidad que sus propias hermanas le patrocinaron. Eran todas para una, al estar de acuerdo, y con Andrea siempre llegaban a un consenso. Con actitudes enternecedoras saltaba encima de sus abuelos, y quería quedarse con ellos todo el tiempo que pudiera, apoyada en las grandes cantidades de consentimiento que le brindaban. Su personalidad era avasalladora y a pesar de su fino y pequeño cuerpo, se hacía notar en cualquier parte, como líder de muchas acciones, sin negarse a ninguna clase de juegos y entretenimientos.

Sus pensamientos estaban puros, libres de malas acciones, todo era simple, sencillo, con un razonamiento inmediato, y una respuesta en la punta de sus labios. La vida estaba en gran parte en su imaginación, que daba respuesta feliz al gran número de interrogantes que encontraba diariamente, sus preguntas eran de un alto contenido de la filosofía infantil, en la que pasaba imbuida todo el tiempo. Cada vez tenía más interrogantes, que sobrepasaban muchas veces la capacidad de los adultos para responderlas.

Empezó a creer en Dios con la influencia de sus padres, y cada vez se sentía más cerca de la necesidad de un creador del universo. Esperaba con entusiasmo, lo que el niño Dios le trajera, sumado a los regalos de los demás.

El cariño de Andrea y su relación afectiva, fue creciendo al lado de sus padres y hermanas, oía, miraba, observaba, sentía profundamente un mundo en el que no existía el odio, la venganza, la envidia, la hipocresía. Gozaba con juegos y aprendía, además de sus padres, de sus maestras, y sus amiguitos, la vida sin complicaciones.

El cariño de los hijos permanece para toda la vida, aun cuando se vayan. Llenar el mundo del cariño de los hijos y la respuesta enorme de los padres, sería de gran apoyo para un verdadero cambio de la humanidad, llena de violencia, de odios y de acciones, que van en contra de una especie humana, que ahora vive en los terrenos de la riqueza, de la ostentación y del oprobio y explotación de los demás.

Una gran herramienta que tenemos todos a nuestro alcance, el amor y el respeto de los hijos, no debemos desperdiciarla, en una sociedad resquebrajada en actuaciones delincuenciales diarias, aparentemente sin soluciones cercanas. Mientras tanto, otros creen que la solución está en la guerra, en la policía y fuerzas armadas, en la política, y muchos en la superioridad y explotación de los demás. Cuando todos sabemos, que llegaremos al punto de donde empezamos, “polvo eres y en polvo te convertirás”.