Se vivieron muchas cosas el domingo pasado, casi todas con una alta dosis de emoción. El multicolor carnaval que se vio en la Plaza de Bolívar compromete aún más al gobierno entrante con la jubilosa expectación que acompaña un momento esperado por años y que en cualquier democracia seria ocurre sin afanes y sin afugias. Corresponde a Petro y su equipo administrar el boyante estado de las arcas de la aprobación ciudadana, a sabiendas todos de lo fácil y rápido que se gastan.
En medio de la alegría que emanaba la plaza, en algún momento se pudieron escuchar arengas en contra de algunos medios de comunicación que, y no es pecado ni secreto decirlo, optaron por una línea editorial afín a la derecha uribista, y por ende gobiernista en el último cuatrienio. Directivos y periodistas de esos medios, con el eco de opositores al actual gobierno, se pronunciaron en redes indignados y preocupados por lo que consideran un ataque a la libertad de expresión.
A ver: Libertad de expresión es, precisamente, que el público pueda expresarse sobre algo que atañe a la esfera pública, en este caso los medios de comunicación. Podrán discutirse algunas formas altisonantes, pero un insulto en medio de una manifestación es más liberador que dañino. Un madrazo no es una piedra. Lo que siempre será condenable e injustificable es la agresión física, el atentar contra las instalaciones de los medios, o el presionarlos desde el poder para alinearlos a sus intereses o forzar su cierre. Nunca en un estado justo y democrático se puede permitir o cohonestar con ese tipo de prácticas. Nunca es nunca.
Sin embargo, bien podrían (de hecho, están tarde…) esos medios hacer un imprescindible mea culpa y reconocer que pasaron la línea que separa el periodismo del activismo para convertirse en parlantes del gobierno, imponer versiones como verdades y olvidar los mínimos básicos de un periodismo responsable, del que el primer mandamiento siempre debe ser el contar lo que sucede con los suficientes y equilibrados datos; todo al servicio de la ciudadanía antes que del poder.
Juan Gossaín lo ha dicho repetidas veces: No necesitamos periodistas uribistas, petristas, santistas, o demás etcéteras. Necesitamos periodistas, a secas, que ejerzan el oficio sin apellidos y sin colores que los encasillen. Los que hasta el domingo eran gobiernistas se supone que hoy ya son oposición, y viceversa. Así, humilde opinión, no es. El país no necesita más aplausos baratos, opinión vendida como información, o periodistas que se creen más importantes que su fuente o su audiencia. Se necesita un periodismo humilde, que compare datos, aclare contextos y conceptos, informe sin matices, pondere lo bueno y fije la atención en lo malo cuando sea necesario. El periodismo no está para masajearse el ego cosechando aplausos. El periodismo está para decir lo que se tenga que decir. El país que esperamos inició el domingo y necesita urgentemente periodismo, a secas.
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@alfredosabbagh