Pentecostés no es solo una fecha en el calendario litúrgico; es el misterio de la experiencia espiritual que nos revela que la verdadera realización humana solo es posible en comunión. Este misterio nos enseña que la unidad emerge en medio de nuestras diferencias, y es capaz de construir un objetivo común que trasciende y a la vez realiza a cada persona individualmente.

Es, sin duda, un don y un regalo de Dios en el corazón humano, pero también es una conquista, el fruto del esfuerzo personal. En la vida diaria, esto se traduce en la capacidad para reconocer que nadie es más digno que otro y que todos podemos aportar para construir los mejores contextos de vida. Celebrar Pentecostés significa comprometernos a evitar la creación de élites, sectas o grupos que supongan ser superiores, creando reglas y límites que cercenan a otros lo esencial para su vida y libertad.

Allí donde un grupo se siente superior a los demás, no puede haber un verdadero Pentecostés. En estos tiempos de polarización política, es crucial comprender que ninguna ideología debe justificar la violencia o permitir situaciones que despojen de dignidad a los individuos. En este sentido, Pentecostés nos llama a rechazar todo acto de violencia y a promover el respeto por la dignidad humana.

Asimismo, frente a las leyes morales anacrónicas, Pentecostés nos desafía a entender que la diversidad, en cualquiera de sus expresiones, no nos hace ni inferiores ni superiores. Pretender que Dios es motivo de división o marginación es negar su esencia. El espíritu de Pentecostés nos invita a ver en cada persona la imagen de lo divino, sin importar nuestras diferencias.

Por tanto, celebrar Pentecostés es abrazar el desafío de vivir en una sociedad donde se valora la diversidad y se reconoce que cada individuo tiene algo único y valioso que aportar. Es un tiempo para reflexionar sobre cómo nuestras acciones y palabras pueden contribuir a construir un mundo más inclusivo y justo, donde nadie se sienta marginado o inferior.

En este Pentecostés, que nuestra celebración se transforme en un compromiso activo para ser más inclusivos, más compasivos y más amorosos. Recordemos que la verdadera comunión se logra no solo en la aceptación de nuestras similitudes, sino en la celebración respetuosa de nuestras diferencias. Que el espíritu de Pentecostés nos inspire a construir puentes, no barreras.

¡Feliz Pentecostés!