La vida no es un camino de rosas. Todos vivimos momentos tristes y dolorosos. Son esas situaciones en las que constatamos nuestra fragilidad y las condiciones de nuestra humanidad, o simplemente experimentamos la maldad de los otros seres que, desde sus opciones, nos han causado daño. Todos lloramos y sufrimos, pero tenemos que secarnos las lágrimas y usar ese sufrimiento como catapulta para alcanzar nuevas metas en nuestros proyectos de vida. Eso lo llaman resiliencia: la capacidad que poseemos los humanos de superar las circunstancias traumáticas que padecemos.

Creo que, en más o menos medida, todos somos resilientes, pero debemos trabajar en desarrollar las habilidades necesarias para usar esta capacidad. Diane Coutu en su texto “Cómo funciona la resiliencia” recuerda las tres características que se encuentran en las personas que han superado las peores experiencias de la vida. A saber:

1. Afrontar la realidad tal cual es. Inventarse excusas, distorsionar la realidad con un optimismo irreal o negarse a aceptar que la situación está mal, no ayuda a superar las dificultades. Se requiere una visión serena y objetiva de la circunstancia, teniendo claro qué es lo que está pasando, las posibilidades reales de solución que existen y las relaciones entre causas y efectos, para poder encontrar fuerzas y estrategias que ayuden a superar lo que sucede. Aquí hay que tener cuidado, porque a veces algunas posturas religiosas nos hacen distorsionar la realidad y no nos preparan para encontrar las herramientas que requerimos para mejorarla. Hay que aceptar que la situación es difícil, que está complicada.

2. Tener claro el sentido de la vida. Lo peor que nos puede suceder, es ahogarnos en el mar de los ¿por qué? La gran mayoría no tienen respuestas convincentes. Lo que necesitamos es saber cómo esas situaciones nos pueden generar nuevas características y propuestas a nuestro proyecto de vida. Aquí siempre me inspira Viktor E. Frankl, quien plasmó su experiencia de sobrevivir a los campos de concentración en su libro “El hombre en busca del sentido”, en el que nos propone que seamos capaces de encontrar en el futuro -en lo que podríamos hacer- fuerzas para poder enfrentar el presente que tenemos. Mi mamá lo dice en estos términos “No te preguntes tanto el ‘por qué tú’, sino el ‘para qué’ te sucede”. Se trata de usar lo que se vive hoy –y que hace infeliz- en el futuro, visualizado uno agradable en el que lo aprendido en este momento de dolor, seguro nos impulsará a no darnos por vencidos. Esto no es engañarnos, sino saber que solo vale la pena vivir si la existencia tiene un sentido, una dirección, un significado.

3. Ser creativos. Esto significa ser capaces de improvisar soluciones a los problemas que vivimos con las herramientas que tenemos. Ser auténticos MacGyver existenciales que no se dan por vencidos, sino que buscan salidas. Eso que Claude Levi-Strauss llama “bricolaje”, la habilidad de romper las lógicas encontrando nuevas posibilidades de solución. En el Caribe hablamos del “rebusque” para nombrar el no dejarnos vencer por las necesidades y encontrar acciones que nos hagan sobrevivir con las mejores condiciones posibles.

Necesitamos desarrollar cada vez más estas características en nuestra cotidianidad, pero también lograr procesos de educación emocional que permitan que los niños y jóvenes las desarrollen, para que no se frustren ante las dificultades. Todos tenemos que aprender a superar los problemas, las desgracias y los dolores que vivimos.