Los seres humanos somos seres sociales, nos gusta que esa sociedad nos reconozca, queremos que nuestro talento sea apreciado y al tiempo lograr redes de apoyo para iniciar o consolidar futuros proyectos.

El fútbol es una de las actividades humanas que más penetración tiene y por lo tanto logra darles a los futbolistas destacados una inmensa porción de fama. Para bien o para mal, con los aspectos gratificantes que trae y los riesgos que la circundan, es inevitable que se convierta en compañera del futbolista.

La popularidad o la fama le llegan a este futbolista siendo aún muy joven, sin la suficiente formación y madurez para enfrentar todos los engaños y tentaciones que arrastra. No obstante, hay muchos que nos dieron ejemplo de cómo esa notoriedad y en muchos casos idolatría no transformaron ni sus valores ni sus comportamientos.

En general pudieron resistir lo agobiante de esa visibilidad comportándose de manera muy natural. Pero hay otros que sucumben y son doblegados por esa fama que con mucha frecuencia “marea” y modifica el carácter y los gestos. Y hay otros que están empezando el camino del fútbol profesional, de sus obligaciones y presiones, de sus privilegios, logros y recompensas económicas.

De esos por estos días en Colombia los más sonoros son Richard Ríos, Marino Hinestroza y Jhon Jáder Durán. Tres buenos futbolistas que han tenido desplantes, reacciones con ínfulas de celebridad que poco y nada le sirven en su evolución personal y profesional.

Será menester de su círculo más cercano, de sus verdaderos amigos ayudarles y recordarles que el fútbol tiene fecha de caducidad y que “la popularidad y la fama suelen dar transitoriamente la ilusión de la gloria. Son sus formas espurias y subalternas, extensas, pero no profundas, esplendorosas, pero fugaces”.