Terminé de ver la miniserie Adolescense y quedé en silencio. La vi con Alcy y, por un momento, ninguno de los dos se atrevió a decir nada. Es que es un relato crudo que muestra lo vulnerables que son los adolescentes hoy y el abismo que puede separarlos de sus padres. Los padres no tienen un manual para criar a sus hijos ni pueden asegurar que lo que hacen generará el efecto que esperan. Imaginé la soledad de esos muchachos que han encontrado en las pantallas su mejor compañía. Sentí que no sabía nada de su mundo.

Fui adolescente a inicios de los años 80. Claro, habitaba otro planeta, muy distinto a este en el que viven los jóvenes de hoy. Viendo la miniserie recordé mis peleas con mis papás, mis rebeldías, mis miedos a no ser aceptado, mis búsquedas de soledad, el matoneo de quienes jugaban mejor o tenían más éxito con las chicas, los comentarios que me hirieron y que aún recuerdo, aunque hoy los mire con algo de humor.

Sí, son los mismos problemas de siempre. Creo que el ser humano enfrenta lo mismo generación tras generación, solo que ahora todo se ha amplificado con las redes y las nuevas lógicas de vida.

Pensé en qué me salvó. Es decir, qué me ayudó a ser este tipo que soy hoy: lleno de errores y defectos, pero con una vida que me emociona, coherente y llena de sentido. Pensé en esto:

1. La presencia de mis papás. Mi mamá siempre estaba en casa. Mi papá conectaba conmigo a través del fútbol, el dominó y la música. No hablaba mucho, pero estaba. No me asfixiaba, pero me hacía sentir seguro. Seguro lo decepcioné cuando elegí jugar baloncesto en vez de fútbol, pero nunca me lo hizo sentir.

2. Sentarnos a la mesa a comer juntos. Ese era nuestro foro. Hablábamos y nos escuchábamos. Nos enterábamos de los compañeros de mi papá en Caminos Vecinales y de lo que a mi mamá le molestaba. Ellos conocían nuestras peleas en el recreo, las clases que no entendíamos, los miedos que sentíamos. No siempre había soluciones, pero sí había comunicación.

3. No les daba miedo poner límites. Muchas veces tuve que cumplir reglas que no entendía ni compartía, quedarme en silencio porque mi papá, con solo una mirada firme, me lo exigía. Recibí sanciones por mis pilatunas e irresponsabilidades. Me amaban, pero también sabían decirme que no. Y me lo decían con claridad.

4. La experiencia espiritual. Nunca supe si mi papá creía profundamente en Dios, pero siempre me invitaba a orar y lo veía recitar el Salmo 91 antes de salir. Mi mamá me llevaba a misa, me enseñaba a orar, aunque muchas veces no quisiera.

No sé si eso funcione hoy. Pero a mí me sirvió. Y quise compartirlo con ustedes.

@Plinero