El tópico futbolero de que se juega como se vive, yo creo que en Jorge Bolaño no tenía cabida. El intenso y agresivo futbolista dentro de la cancha, capaz de recorrer toda la cancha con generosa energía y entrega, de confrontar con carácter y calidad al adversario, era la antípoda del jovencito informal para vestir, relajado y con una sincera dosis de buen trato y afabilidad fuera de ella.

Con sus crecidos rulos y adornos en las muñecas de sus brazos intentando emular gustos de su ídolo ‘el Pibe’ Valderrama, había en él una timidez controlada, palabras bien pensadas y ningún atisbo de vedette. No tengo dudas de que fue premiado con el gen competitivo de su padre Óscar.

Siempre tuvo la voluntad y el carácter ganador de él. Aprendió con noble respeto de las experiencias que vivió Óscar. Cuando hice una breve semblanza de Jorge en el libro que escribí sobre 100 futbolistas que defendieron la camiseta de Junior en homenaje al centenario del equipo barranquillero, dije que era un mix mejorado entre la voluntad de Omar Galván para cambiar su piel por la pelota y la intensidad y velocidad para desdoblarse al ataque de Carlos Ischia.

Hizo caso omiso a aquello del físico grande para poder jugar en Europa. Estuvo con éxito durante 10 años en la súper competitiva Liga de Italia. Su valor futbolístico no estaba en sus delgados músculos, estaban en su técnica en velocidad, en su ambición, en su personalidad y, sobre todo, en su corazón.

Corazón que inesperadamente le falló la noche de este domingo, apenas a los 47 años de edad, cuando, con toda seguridad, aún tenía muchos sueños por realizar. Paz en su tumba.