Aquel que no agradece lo que le enseñaron, termina siendo un ignorante de su propia vida. Aprender durante el tiempo que vivimos, es uno de los factores que nos mantiene con ganas de permanecer activos, discutir, controvertir, y presentar las ideas en la mejor forma, sin maltratar a nadie, pero, hasta donde nos es posible, usar las mejores evidencias, para que se respeten conceptos de honestidad, seriedad, y en el caso de la Medicina, evitar al máximo las equivocaciones.

Recientemente, agregué a la lista de mis profesores fallecidos, la del maestro Carlos Santiago Uribe, un Neurólogo con grandes cualidades científicas y humanas, ejemplo del amor por la educación, quien me enseñó a descifrar los garabatos, o desarreglos de las ondas eléctricas del cerebro, en el electroencefalógrafo, equipo inventado para, la detección externa de diferentes clases de ondas que ayudan a clasificar las crisis convulsivas, la epilepsia, las convulsiones febriles en niños, las acciones de toxicidad de medicamentos y drogas, detección y clasificación de las encefalitis, inflamación del cerebro, asociada, en mayor número de casos, a procesos infecciosos. También, la sospecha de tumores y alteraciones o malformaciones vasculares, en general, alteraciones en el sistema nervioso central.

La pérdida del Dr. Uribe, me ha traído, gratos recuerdos, como aquella persona, modelo de enseñanza de modestia, de humanidad. Ese Profesor, que cuando terminábamos su rotación, no se quería despedir y, se nos ofrecía a seguir compartiendo, ese cumulo de conocimientos, que poseía después de haber pasado por la Universidad casi toda su vida, y entrenarse en grandes instituciones como Harvard. Logrando la excelencia, la entregó a todos sus estudiantes, con trato delicado, pero, firme aportando siempre a las grandes discusiones.

El legado de la educación a través de los grandes maestros, parece disminuirse con el advenimiento de la inteligencia artificial, que, sin desconocerla, no va a poder enseñar nunca las capacidades humanísticas, de un gran maestro, sin influir en el comportamiento profesional.

Los que quedamos de esas épocas gloriosas de universidades, como la de Antioquia y otras más, continuaremos teniendo el ejemplo, de nuestros grandes profesores, con todo el respeto de lo que nos enseñaron.

Recordándome, en mi caso, el momento en que llegué a Barranquilla, después de mi entrenamiento en la Universidad de Harvard. Cuando no existía la especialidad en Colombia, en Enfermedades infecciosas, ¿el Infectólogo para qué? Después de mi entrenamiento en Medicina Interna, vi que aprender a combatir las infecciones era y, sigue siendo una gran necesidad, aprendiendo y enseñando, como lo hicieron nuestros profesores y de esta forma, confirmar que sus enseñanzas no han sido en vano.

Las nuevas generaciones, deben tener en cuenta a sus maestros, si quieren seguir ejerciendo la profesión con, humanismo, el reconocimiento de la pobreza, del desempleo de la mala nutrición y algunas desacertadas, políticas de salud. Necesitamos seguir cumpliendo, enseñando y replicando, como lo hacían nuestros maestros, para no caer, en la equivocada versión, basada en que, la salud, es solamente para enriquecernos. Cualquier política pública necesita de la educación.

Aprovecho para invitar a los lectores, a la Caminata de la Luz, de la Fundación Andrea, para apoyar a los niños con Cáncer, marzo 30, 5 PM, Plaza de la Paz. “Cada paso cuenta, cada donación, transforma vidas”.

@49villanueva