En medio de tantos desaciertos y políticas absurdas del gobierno, he estado reflexionando sobre el papel que juegan los gremios en la defensa de los intereses de los productores del campo.

Sorprende, por ejemplo, el silencio sepulcral que han guardado frente al confiscatorio catastro multipropósito; a la disparatada idea de imponer unas Zonas de Protección para la producción de Alimentos (APPA) en la Guajira, Antioquia y Cundinamarca; al absurdo e ineficiente esquema de crédito agropecuario; a la entrega de subsidios e incentivos con criterios ideológicos; al arbitrario y politizado programa de compra y adjudicación de tierras; a los numerosos intentos de los congresistas del Pacto Histórico de prohibir el uso de semillas genéticamente mejoradas y las exportaciones de ganado en pie; a los recortes de recursos a los programas de investigación, transferencia de tecnologías y control fitosanitario, y a la improvisación en la política de comercio interno y externo de alimentos y materias primas, tal cual como lo vimos esta semana con los arroceros.

Los gremios son creados para defender los intereses de los productores y empresas agrarias, buscando siempre mejorar el acceso a los centros de producción, a nuevas biotecnologías, capacitación en buenas prácticas agrícolas y ganaderas, financiamiento y nuevos mercados, con el fin de lograr mayor productividad, rentabilidad y competitividad en sus agronegocios. Nada o poco de lo anterior han conseguido en las dos últimas décadas.

A excepción de los gremios ganadero, cafetero y bananero, los demás han preferido callar para no correr el riesgo de que les intervengan los fondos parafiscales, el cajero automático que les provee los recursos para pagarse los generosos sueldos, sofisticadas oficinas en Bogotá y demás prebendas que les otorga el poder de la burocracia gremial. Mientras tanto, sus afiliados, los que tanquean el cajero automático con las cuotas parafiscales, siguen sumidos en la ineficiencia productiva y el subdesarrollo rural.

Hace un tiempo propuse en este espacio hacer un revolcón al modelo productivo agropecuario y gremial, para poder preparar a las nuevas generaciones de agricultores y ganaderos del país para enfrentar la dura competencia que exige este mundo globalizado de la economía. ¿Por qué no fusionar a todos los gremios agropecuarios en dos grandes organizaciones agrarias? Una que agrupe a los subsectores agrícolas y otra que agrupe a los subsectores pecuarios y, ¿por qué no crear un gran fondo parafiscal, administrado por fiducia, donde por cada peso que aporten los productores, la industria, el comercio y el Estado aporten también una cuota igual? Los gremios deben desligarse de los negocios con sus afiliados. Esa doble función de gremio y empresa comercial no es sana.

También es hora de meterle un revolcón a las entidades adscritas y vinculadas al Ministerio de Agricultura, como a los instrumentos de ayuda e incentivos al sector. ¿Por qué no fusionar, por ejemplo, a Bancóldex con Finagro y a los Fondos de Garantías FNG y FAG, y ampliar su cobertura a esquemas de financiamiento otorgados a través de Bolsa Mercantil de Colombia, Fintech y Fondos Privados de Inversión en el sector agropecuario?

Como decía Martin Luther King: “No me preocupa tanto la gente mala, sino el espantoso silencio de la gente buena”.

@indadangond