Históricamente los escritores se han envidiado. ¿Es cierto? Salvador Pino, B/quilla
Eso no puede generalizarse, aunque sí hay escritores que han recurrido a la diatriba literaria, que existe en la literatura desde Marcial y Catulo en la Antigüedad pasando por Quevedo y Góngora en el Siglo de Oro español. Frases hostiles de algunos autores hacia otros van desde las que destilan amargura hasta las que plasman el insulto rotundo.
Así, Truman Capote dijo de Jack Kerouac, poeta y novelista de la generación beat: “Eso no es escritura; eso es mecanografía”.
A Kerouac también lo atacó Norman Mailer: “Sus ritmos son erráticos, no tiene sentido de los personajes, y es tan pretencioso como una puta rica y tan sentimental como un bombón”.
A su vez, Capote fue víctima de Gore Vidal cuando este, para referirse a las tendencias sexuales de aquel, afirmó: “Él es un ama de casa de Kansas en toda la regla y con todos los prejuicios”.
Vidal tiene otra frase corrosiva: “Las tres palabras más desalentadoras en el idioma inglés son: Joyce Carol Oates”, que aluden a esta escritora estadounidense, varias veces candidata al premio Nobel de Literatura.
Oscar Wilde expresó sobre el poeta inglés Alexander Pope: “Hay dos maneras de sentir aversión hacia la poesía: la primera es tener antipatía hacia ella, la segunda es leer a Pope”.
Acerca de George Bernard Shaw, dijo Wilde: “No tiene ningún enemigo en este mundo, pero ninguno de sus amigos lo quiere”. Sobre Henry James, afirmó Lawrence Durrell: “Si tuviera que elegir entre leer a James y que apretaran mi cabeza entre dos piedras elegiría lo segundo”.
Y qué tal la ironía de Flaubert hablando de Balzac: “¡Qué hombre habría sido Balzac si hubiera sabido escribir!”. Volvamos a Norman Mailer, quien la emprendió contra Tom Wolfe, según este porque una novela suya había tenido “buenos comentarios en los más importantes periódicos y Mailer no pudo soportarlo”.
Este último había dicho que leer una obra de Wolfe era “como hacer el amor con una mujer de 150 kilos: o te enamoras o pereces asfixiado”.
Y como Wolfe siempre vestía de blanco, Mailer embistió: “Hay algo tonto en un hombre que lleva un traje blanco todo el tiempo, especialmente en Nueva York”.
Hay muchos más ejemplos del insulto literario que, reprobado y admirado, puede ser aforismo, veredicto satírico o elegante, simple envidia u ofensa rastrera, y que sirve, dentro de su concisión, para revelar, en el marco de las letras, el menosprecio de los grandes autores. Y eso, en apariencia frívolo, es algo que gusta a los amantes de la buena literatura.