Bruce Dickinson, el vocalista del grupo de heavy metal británico Iron Maiden, es todo un personaje. No tanto por lo que dicta el estereotipo de un rock star, sino porque además es piloto comercial de Boeing 747, esgrimista competitivo, novelista publicado, maestro cervecero y sobreviviente de cáncer. Un tipo de apariencia sencilla, que se mueve en transporte público y se toma los tragos en el bar de su barrio.

En diciembre de 1994, cuando Dickinson estaba alejado de Iron Maiden y concentrado en su carrera como solista (volvería a Maiden unos años después), recibió una extraña solicitud: lo invitaron a brindar un concierto en Sarajevo, que en ese momento estaba viviendo el infame asedio que sufrió por casi cuatro años. Los Rolling Stones y Lemmy Kilmister, nada menos, habían declinado una invitación similar. Y con razón, Sarajevo era uno de los lugares más peligrosos del planeta, bombardeada continuamente y plagada de francotiradores que no tenían problema en volarle la cabeza a cualquier civil.

Dickinson aceptó, reunió a su banda de entonces y dos semanas después se embarcaron en un vuelo fletado hasta Split, en Croacia. Supuestamente serían llevados desde allí hasta el lugar del concierto en un helicóptero de la RAF, pero eso no funcionó, así que con la ayuda de la ONG Serious Road Trip, se encaramaron en un camión con cubierta de lona y se adentraron en el infierno. Con las balas pasando cerca, lograron llegar hasta la cima del monte Ingman, donde unos camiones blindados deberían recogerlos. Eso, desde luego, tampoco funcionó, así que la banda tomó la decisión de bajar hasta la ciudad en un par de carros sin protección. Al final se alojaron en la villa olímpica, que estaba adecuada como base de la ONU, un lugar con marcas de metralla en las paredes, que de todas maneras resultaba más seguro que cualquier otro.

Tras un último incidente con los técnicos de sonido, quienes exigieron unos dólares adicionales, el concierto se llevó a cabo en una sala completamente llena de jóvenes extasiados. Dickinson y su banda tocaron por un par de horas. En palabras publicadas el 18 de diciembre en el Sarajevo Times, a propósito de los 30 años del evento: «ese momento es un testimonio del poder del arte en los tiempos más oscuros. Es un recordatorio de valentía, solidaridad y de la capacidad de la música para conectar a las personas y brindar consuelo. Mientras caían los proyectiles, el sonido de la música resonaba, superando el ruido de la guerra».

Dickinson y su grupo se jugaron la vida por ese concierto. Todavía hoy, los jóvenes que pudieron verlo lo recuerdan y agradecen. Para ellos, fue lo «mejor», de esos años terribles.

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