Si el matrimonio es una unión concertada entre dos, ¿por qué el divorcio no puede darse con la voluntad manifiesta de una sola de las partes en cuestión? Con la aprobación en el Congreso de la República del proyecto de ley que propone que la disolución del matrimonio no requiera más del consentimiento de ambos contrayentes, se abre la puerta de una libertad necesaria para que tanto mujeres como hombres puedan elegir según sus intereses, convicciones o circunstancias el momento en el cual poner fin a una comunidad que no en todos los casos debe o tiene que permanecer incólume “hasta que la muerte los separe”.

Cercenar las libertades individuales es la principal causa de que se amplíe el espectro del libertinaje. Bien atrás debe quedar aquel tiempo en que decidir no era una opción. En especial, para las mujeres, quienes cargamos con una impronta sombría frente al derecho de elección o libre albedrío que, como miembros de un género erróneamente concebido por siglos y siglos como “débil”, nos ha inhabilitado en distintos campos del conocimiento y de la sociedad para expresar con autonomía y contundencia lo que queremos y, quizás en mayor medida, lo que no.

Aunque, pese al hastío o a la desesperanza que le produzca su relación marital, haya quienes se impongan a sí mismos continuar unidos a una persona por la que ya no sienten amor, admiración, atracción, deseo o cualquier otra emoción que pueda haber despertado en el pasado la intención de permanecer toda la vida junto a esta, resulta totalmente válida la decisión unilateral de efectuar una separación que se vuelve toda una necesidad desde el momento en que una de las partes tiene la seguridad de que su tiempo y su lugar anclada a la vida de ese otro alguien ya ha de acabar.

Con la aprobación de la ley ‘Divorcio libre ya’, nadie en Colombia tendrá que demostrar que hubo relaciones sexuales extramatrimoniales, ultrajes o trato cruel, alcoholismo o drogadicción. El “sí” que se da en el altar o que se firma en un papel notariado no es solo cuestión de la fecha en la que se signa el inicio de la unión matrimonial. Ese “sí” debe ser una decisión de todos los días. Si no, ¿dónde está la gracia de compartir con alguien lo que somos, en materia y sustancia, de forma

inmarcesible? Al final, como nada en la vida, ninguna unión conyugal es perfecta. Porque, como escribió el poeta alemán Heinrich Heine: «Todavía no se ha descubierto la brújula para navegar en la alta mar del matrimonio».

@catarojano