La vida política de este intento de país tiene dentro de sus mínimas virtudes, si es que alguna tiene, el ser capaz de sorprendernos cuando creemos haberlo visto u oído todo. A las volteretas partidistas de camaleones electorales y la desfachatez con que a grito pelado reclaman respeto por las instituciones que han manoseado cual meretrices, le sumamos el querer regular las protestas y defender la separación de las ramas del poder cuando hacerlo conviene. Y todo lo hacen con el mismo gesto detrás de la misma careta. En redes sociales se les lee y se les ve activos hablando de ética, de la corrupción ajena y de despedidas con cacerolas sin que la historia de los apellidos les pese o les avergüence. Saben muy bien valerse de la cómoda amnesia en que prefiere vivir la mayoría. Esa mayoría, obvio, no protesta. Esa mayoría pánfila ha graduado de adalides de la moral a muchos vendedores de espejitos y bolitas de colores.
Y en medio de este jaleo, con profunda pena y sin generalizar, un grueso de la prensa ha decidido tomar partido, y no precisamente por la ciudadanía. Diariamente como audiencia estamos en medio del fuego cruzado con que artilleros disfrazados de periodistas defienden con argucias y sin argumentos las posturas o moral de sus políticos o poderosos cercanos. Olvidando su razón de ser y papel en la sociedad, este grupúsculo de autoproclamados líderes acomoda su conciencia en el tono lisonjero con que se rinden en entrevistas libreteadas, tuits condescendientes y/o vasallaje disfrazado de columna de opinión.
Al contrario también pasa y peor: al que no tributan lo despedazan a punta de informaciones fragmentadas y medias verdades que mutan en totales mentiras. El decorado viene dado por la polarización en que las visiones encontradas de izquierda y derecha han sumido cualquier intento argumentado por defender la posibilidad de disentir. En lo que parecemos coincidir todos los colombianos es en creernos los dueños de la verdad y unas víctimas de las circunstancias. Las dos cosas son enfermizas falsedades que tenemos atadas a los tobillos como grilletes.
Es necesario y hasta vital, que como audiencia le exijamos al periodismo el mantener una cordial distancia con las fuentes y con el poder. Esa cordial distancia se basa en el respeto y en tener claro el lugar y el papel de cada uno. Necesitamos una prensa que dude, que pregunte lo que tenga que preguntar, que no trague entero, que incomode cuando sea necesario al poder y que le reconozca sus logros cuando sea menester hacerlo. Sin amiguismos y sin actitudes soberbias. Esa prensa, la de la cordial distancia, es la que va a prevalecer en medio de una competencia cada vez mayor tanto con la prensa tradicional como con el empoderamiento de las audiencias gracias a la tecnología.
Los medios serios lo necesitan, la audiencia lo exige y esa misma audiencia lo premia. Vamos a volver a la cordial distancia.
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@alfredosabbagh