Mejor librada salió Cartagena en el siglo XVII repeliendo a los piratas ingleses (como sir Francis Drake) que la acosaron por su codiciada condición de importante puerto de América. La misma capacidad de respuesta no ha desplegado la Heroica frente a la clase política insaciable que no ha sido capaz de gobernar con acierto. Al menos antes, Cartagena dispuso de sus legendarias murallas, construidas entre 1602 y 1616, de las cuales, por efecto del arrasamiento urbano, entre finales del siglo XIX y principios del XX, solo sobrevivieron once kilómetros que se han conservado con limitados recursos y siguen siendo su más emblemático atractivo.

Pero, lo que no lograron los piratas ingleses lo han conseguido los políticos que han hecho de Cartagena una ciudad sitiada por la corrupción. Derrumbaron estrepitosamente la institucionalidad, como el reciente edificio caído que dejó 21 obreros muertos, lo que ha agravado la aterradora pobreza e informalidad de la ciudad, que describe muy bien un informe del Departamento Nacional de Planeación (DNP), reseñado por la prensa cartagenera el año pasado, según el cual la “pobreza monetaria de Cartagena es la segunda más alta entre las principales ciudades del país; la primera es Quibdó”.

Los políticos de Cartagena han demostrado que poco o nada les interesa el monstruoso cuadro de desigualdad social de la Heroica. A ellos solo los mueve una obsesión: el control predatorio del presupuesto, que es como el botín de metales preciosos que perseguían los piratas antiguos. La única diferencia es que estos piratas del tesoro público no llevan un parche en el ojo como aquellos temibles ladrones del mar.

Los cartageneros están hastiados de toda esta espesa y nauseabunda porquería que se tomó la Alcaldía y el Concejo, hoy casi desmantelado. Sin embargo, en las urnas acaban de permitir, insólitamente, el asalto triunfante de Antonio Quinto Guerra y la manada de patrocinadores políticos que acompañaron su cuestionada aspiración.

Presumo que esta ciudad de lejana estirpe colonial está necesitando un líder o una lideresa con algo de la entereza guerrera de Pompeyo o María Pita, dos célebres símbolos universales de la lucha contra la piratería. Alguien tiene que animar al pueblo cartagenero a sublevarse democrática y pacíficamente contra la casta política dominante que ha amurallado –como si le perteneciera– el poder local.

Es inadmisible que el principal destino turístico de Colombia sea, al mismo tiempo, un lamentable modelo de pobreza, hambre y exclusión, y todo porque la Administración Pública ha sido secuestrada por unos grupos que solo le apuntan a su enriquecimiento, mientras las penurias sociales no se atienden con la inversión requerida. En Cartagena, 72.886 ciudadanos no disponen de acueducto y 225.906 viven sin alcantarillado. En pleno siglo XXI, esto es un crimen.

@HoracioBrieva