Dentro de los procesos de gestión de los riesgos en toda las actividades de producción y servicios, el que más satisface a los profesionales de seguridad, salud y medio ambiente dentro de una organización es la investigación anticipada de los posibles peligros de cualquier actividad para conocer los daños o lesiones que puedan producir, su grado de riesgo y las formas de prevenirlos. Pero, en contraposición, el proceso más delicado e incómodo es la investigación del porqué de los sucesos accidentales que causan los daños en instalaciones, operaciones y medio ambiente, ya que en el análisis de causalidad siempre hay personas involucradas, ya sea porque resultaron lesionadas, por su falla en la aplicación de las medidas de prevención o por la ausencia de análisis previo de peligros y posibles daños. De allí la importancia de investigar a fondo cualquier incidente, aunque no tenga daños graves, y buscar a los responsables de que este proceso o condición haya causado pérdidas humanas y materiales. Debemos cuestionar a estos responsables (“Al caído, caerle”) para mejorar los procedimientos de análisis de riesgos y de operaciones seguras, sin que esto signifique que los investigadores quieran buscar ‘culpables’. Solo la verdad.

Por ejemplo, el reciente derrame de petróleo ocurrido en un pozo ‘abandonado’ del antiguo campo de Lizama (cerca de Barrancabermeja), con graves daños al medio ambiente, a la población y a los animales de la zona, es una muestra más de que los sucesos accidentales (aparentemente inesperados) tienen causas concretas asignables a una deficiente vigilancia de los riesgos, causada por administradores e ingenieros de diseño o producción. Indudablemente existen causas inmediatas (presión de agua subterránea, movimientos en el subsuelo, etc.), pero en el caso del pozo Ecopetrol-Lizama, las causas básicas y los daños ambientales reposan en la deficiente vigilancia e inspección del área por parte de ingenieros e inspectores de rutina, al decir de algunos viejos colegas petroleros que he consultado. Afortunadamente lograron contener el derrame del Lizama en el río Sogamoso antes de llegar al Magdalena. De lo contrario todos los acueductos ribereños hubieran tenido que cerrarse, incluyendo el de Barranquilla.

La gestión de los riesgos operacionales es una práctica moderna bastante normalizada, que debe convertirse en una actividad ejercida y controlada sistemática y permanentemente en todas las labores de desarrollo económico de la humanidad. La caída de un edificio de apartamentos en una falda montañosa del barrio El Poblado de Medellín hace dos años, la caída de un puente en reparación sobre muchos carros que lo pasaban por debajo en la Calle 8 de Miami y el desprendimiento de una columna del puente Chirajara en la carretera Bogotá-Villavicencio son demostraciones de que algunos responsables no están aplicando permanentemente la debida ingeniería de prevención de riesgos en las etapas de diseño, construcción, reparación y operación, y que en algunos casos no vigilan periódicamente el desarrollo de cada obra. Como ocurrió en Mocoa, Putumayo, que estaba avisada por la respectiva Unidad de Gestión del Riesgo de Desastres de una probable avalancha del cercano río por las contingencias climáticas. En resumen: no es fácil pronosticar la ocurrencia de un suceso accidental y dañino, pero tampoco es difícil si se recurre a la investigación de los administradores cercanos y a los conocimientos de la ingeniería de riesgos.