Si no hubiesen evacuado Bellas Artes el viernes pasado en la mañana, cuando encontraron el techo del salón Pedro Biava colapsado, algo mucho más grave hubiese sucedido pues el techo se derrumbó del todo, exactamente a las 4 de la tarde.

Esto no solo es ‘una muerte anunciada’, sino ya se nos ocurre, como una especie de asesinato en cámara lenta que parece traicionar todo un siniestro propósito que nosotros, los ciudadanos de común, intuimos pero no podremos conocer.

Si la ciudad fuese una persona, un médico acucioso ya hubiese interpretado los síntomas del desplome del paciente y la pondría en cuidados intensivos. Pero no, la ciudad no es una persona y su alma urbana colectiva desde hace rato sí se encuentra en estado terminal.

¿Cómo es posible que se sigan derrumbando los edificios o instituciones culturales de Barranquilla sin que las autoridades municipales y departamentales hagan algo para realmente subsanar la situación? Cada vez nos echan otro cuento y nos quedamos tranquilos.

Pero la verdad es que muy pocos en esta ciudad realmente se intranquilizan por lo que pasa en los pocos centros culturales que hay, y menos por los pedacitos de los que nos quedan.

Es también aterrador que cada día me enfrento con jóvenes barranquilleros que no saben dónde queda o qué es Bellas Artes, el Teatro Amira, el Museo de Arte Moderno, el Parque Cultural... y pare de contar.

Cuando escribo esto para una columna me hace falta un emoticón de esos que parecen el grito de ¡Munch! Nada ya puede reflejar mi asombro, y menos aún lo que nos duele. Darnos cuenta de que síntomas como estos muestran que la desidia de unos va paralela a la indiferencia e ignorancia de otros es como para ir a tirar los guayos en medio de cualquier cancha maravillosa de esas que por miles de millones están adecuando para una Barranquilla que cada día se sumerge más en el marasmo de la in-culturalidad globalizada, cosa que parece ser la última moda.

Y no es chiste: el otro día, viendo videos de unos de los talk-shows nocturnos de los EEUU, Jimmy Kimmel presentaba una de esas curiosas encuestas callejeras que demuestran cómo son de ignorantes los gringos del común. Un hombre con micrófono en mano preguntaba a los peatones que qué opinaban de la situación de Wakanda, preguntando si las tropas de EEUU deberían invadir o ayudar.

Lo que contestan los peatones, creyendo que es un país real y no conscientes de que es el país ficticio de la película Black Panther (que de paso está de moda ), es para poner un triple grito de ¡Munch! y otros emoticones de llanto en esta columna triste y angustiada.

La niña Emilia, desde algún lugar del otro plano trascendente donde se encuentran sus ancestros africanos, como en la película arriba mencionada, debe estar haciendo un jolgorio cantándonos la canción suya que debería retumbar en todos los estaderos de la ciudad hasta que nos devuelvan nuestros espacios culturales:

Barranquilla, se te acaba Bellas Artes... “déjala morir!”.