Durante 20 años tuvieron a sus 13 hijos alejados del resto del mundo, incluida su propia familia. Cuenta una vecina que se acercó para felicitarlos por los adornos de Navidad con que decoraban el frente de su casa y vio cómo se quedaban paralizados y mudos. Sus padres habían dispuesto que cualquier contacto con el mundo de afuera sería severamente castigado, con encadenamiento o con golpes.

Donald Turpin y su esposa, Louise, impusieron a sus hijos un modo de vida demencial que incluía extravagancias como dormir de día y velar en la noche, o bañarse solo dos veces al año y comer poco. Cuando las autoridades intervinieron, encontraron unos niños y adolescentes esqueléticos con un peso inferior al de cualquier persona de su edad. Cuando la mayor de ellos fue a la universidad, la madre la siguió por todas partes como si fuera su sombra. Cualquier contacto con el mundo exterior era visto por la extraña pareja como un mal que debía evitarse a toda costa.

Los relatos de la prensa destacan como explicación la influencia de lo religioso. Los 13 hijos eran obligados a la memorización de largas parrafadas de la biblia, so pena de severos castigos.

Los padres se habían acogido a la práctica de “la educación en casa” que prescinde de controles y deja en manos de los padres, sean aptos o ineptos, el proceso educativo que, en este extraño caso, parecía tener dos objetivos principales: aislarlos del mundo exterior y convertir a los padres en la representación única de la autoridad y de una peculiar visión del mundo.

Todo esto sucedió durante 20 años sin que ninguno de los vecinos se diera cuenta ni se interesara. Los mismos familiares de la pareja de esposos parecieron incapaces de ver lo que estaba sucediendo con estas 13 víctimas de la conducta criminal de sus padres.

Cuando la pareja compareció ante la justicia, los fotógrafos de la prensa revelaron unas imágenes en las que es notoria la mirada distraída de la madre y el aspecto de genio maligno del padre. Ni una sola concesión a lo humano, a lo empático o a la cercanía. Todo en ellos se ve áspero. Lejano, cruel y despótico.

Los padres fueron acusados de tortura, de detención ilegal, por abusos a un adulto dependiente, por abuso de menores y por un acto lascivo a un menor, cargos que podrían sentenciarlos a 94 años y cadena perpetua. Los hijos fueron enviados a hospitales para su recuperación física y mental. Es todo lo que puede hacer por ellos una sociedad que tras 20 años de indiferencia apenas si logra entender el destrozo que pueden hacer el aislamiento, el autoritarismo y, sobre todo, la crueldad e inhumanidad del fanatismo.

Los diarios que ellos escribieron les sirvieron a las autoridades para investigar, además han hecho recordar el de Ana Frank, la niña escondida en una mansarda para escapar al criminal fanatismo nazi. Los Turpin, víctimas de otra forma de crueldad, están revelando otra de las degradaciones de nuestro tiempo.

@JaDaRestrepo