Instalado en una turbulenta Barcelona no tuve noticias hasta hace dos años de que Barranquilla organizaría en el 2018 los Juegos Centroamericanos y del Caribe. No hay nada más ilusionante para un ciudadano que saber que su ciudad ha aceptado un reto trascendental, y en el caso barranquillero, el más importante de su historia reciente.
Viví esa experiencia en 1992 cuando Barcelona organizó los Juegos Olímpicos y me parece estar viviendo un “deja vu” ahora que he vuelto a mi ciudad. Recuerdo que el entonces alcalde, Pasqual Maragall, dijo que Barcelona se abriría al mar, y, en efecto, así fue. La ciudad gozaba de una espléndida vista al Mediterráneo y la había desperdiciado. Observo ahora al alcalde de Barranquilla, Alex Char, hablar de una ciudad que se abre al río, y al visitar el Malecón no tengo más que sentir lo mismo que sentí en Barcelona. ¿Cómo esta ciudad ha estado tantos años ciega y ha desperdiciado una vista tan espectacular?
Pero no todo empieza y acaba ahí. La transformación de Barranquilla impresiona. No solo por su crecimiento geográfico, exhibida en la imparable construcción de viviendas que llega a asustar al imaginar que sea una nueva burbuja inmobiliaria, sino también en el boom gastronómico que vive la ciudad. Con restaurantes de primera calidad, que no tienen nada que envidiar a ningún otro internacional, como lo son el japonés Noa, las carnes del Miura, el italiano Vecchia Signora o el modernísimo Paloma. Cuando una ciudad empieza a ser conocida por sus restaurantes, a los que hay que llamar para reservar aunque sea el primer día de la semana, y por sus vistas, puede considerarse una ciudad internacional con la clase suficiente como para atraer al turismo fuera de los días en que presenta su plato fuerte: los Carnavales.
Pero si, además, esa ciudad está preparando un acontecimiento como los Juegos, y los diseños de sus instalaciones no solo piensan en el deporte sino en el futuro, en los espacios libres para el ciudadano, en sus parques recreativos, es una ciudad en crecimiento, en evolución. Y no se trata de organizar un evento por organizarlo. Lo bueno es que lo que se ha construido sea un legado que el ciudadano recuerde y sea inolvidable. Y ese es el gran desafío de Barranquilla, ahora que ya entra en su año decisivo para esos Juegos, que la van a poner en un mapa de otra categoría mundial.