La noticia más triste y que retrata el talante político personalista de los señores de Senado, nos la dio su presidente el miércoles pasado: decidieron tumbar las circunscripciones especiales de paz, por las que una nutrida pero invisibilizada población de víctimas del conflicto armado podía haber adquirido voz, ser reconocida por el resto de los colombianos y, por primera vez en su historia de sangre, sudor y lágrimas, asomarse a la civilidad como las personas de bien que son. Ese derecho lo adquirieron en los acuerdos de La Habana, un acto legislativo que ha terminado por encarnar aquella frase del dramaturgo Shakespeare “mucho ruido y pocas nueces”.
Para mi que no soy experta en leyes pero en cambio sí tengo un olfato político agudo, las razones que exponen como causales de fondo son un galimatías procesal para evitar que algunos exguerrilleros alcancen esas curules, porque cierto es que es en las zonas donde esa organización actuó ilegalmente por cincuenta años, donde deberían ser aplicadas esas curules. No podría ser de otra forma, pues acabarían llegando a esos espacios concertados de reconciliación personas en cuyas regiones ni olieron la guerra pero sí conocen la corrupción de forma exhaustiva.
Los senadores, expertos en darle la vuelta a la tortilla, se han prendido de la matemática: que el cuórum perfecto no se cumplió porque aunque solo hay 99 senadores habilitados para votar, dada la existencia de tres sillas vacías porque sus propietarios fueron castigados por incorrectos, ellos los siguen contabilizando. Añadieron que el presidente Santos se equivocó y debió acudir a otro tipo de mecanismo y que el secretario del Senado verificó y tuvo razón al afirmar que la votación no cumplía los requisitos constitucionales.
Lo complicado con los congresistas es que donde dijeron digo pueden luego decir Diego y más rápido que enseguida se arrogan facultades no muy claras, y en este caso de la sumatoria y el cuórum absoluto ya el especialista Rodrigo Uprimny nos había explicado que más allá de números y otras especies era un acto de gallardía y dignidad respetar el derecho de las víctimas. Pero, pedir este tipo de actuación a personajes que llevan lustros montados en sus curules y han hecho de la clientela el elemento vital de sus reelecciones, es esperar demasiado, es pedirle peras al olmo.
De manera que de nuevo hemos fracasado estruendosamente en devolver a las víctimas sus derechos y un poquito de dignidad, porque las preferimos invisibles, silenciosas, arrinconadas y sin posibilidad de plantarse frente a una Nación de corruptos, por acción o por omisión que ahí caemos todos, y buscar el cambio que permita cerrar la brecha inicua que se sigue abriendo en vez de comenzar a estrecharse. El miedo tiene paralizada a nuestra sociedad, pero me gustaría que dijeran claramente ¿qué es lo que temen tanto como para ser injustos con tanto descaro?
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