Varias y fuertes reacciones despertó la columna del viernes pasado sobre el transporte público urbano, ese servicio que durante años denominamos “bus de línea”. Es hora –si no lo ha hecho– de recapacitar por parte de los transportadores sobre su responsabilidad en esta oferta, que si bien es un negocio legal, alberga una gran responsabilidad como es la de transportar ciudadanos. Ya hay muchos propietarios que buscan la profesionalización de los conductores y seguro hacen grandes esfuerzos, pero en el día a día, en la cotidianidad, en las calles, siguen viéndose casos de atropello por parte de quienes conducen los automotores con sus clientes inmediatos y con la ciudanía en general.

Los mensajes sobre la columna en mención, titulada “La inclemente guerra del centavo”, son muchos y todos, sin excepción, se refieren al maltrato de conductores con los pasajeros. Y no solo con los usuarios directos, también con los conductores de motos y carros que tienen que hacerse a un lado cuando un bus de varias toneladas se les viene encima o les impide el paso de manera avasallante.

Aquí algunos de ellos: Iván Egea dice lo siguiente: “...Si se lo proponen sería fácil de solucionar y es que los dueños de buses se hagan una reingeniería mental y establezcan que su negocio es transportar personas y no obligar a los choferes a cumplir un tiempo. ¿Qué es más beneficioso, recoger al pasajero o que el chofer cumpla el tiempo? ¿Cuándo se convencerán que eso mejorará el transporte público?”

Otro señor que se identifica como Gustavo señala: “Absolutamente de acuerdo con tu columna de hoy. Ojalá aumentara la presión desde todos los costados de nuestra ciudad para ponerle freno a tanto desenfreno y barbarie que reina en nuestras calles. Es asunto que toca con los derechos humanos, empezando por el derecho a la vida que tienen los transeúntes, pero también los conductores que respetamos las normas y señales de tránsito y quedamos expuestos a la irresponsabilidad de quienes las ignoran permanentemente ante la mirada negligente de las autoridades”.

Una señora ama de casa, se identifica como Jennyfer Solano, y cuyo hobby es la poesía, recuerda que cuando era adolescente subía a los buses a leer mientras estos hacían su recorrido. Ahora ya no lo puede hacer. “Pensaría que es otro caso más de ineptitud y olvido con el usuario por parte de las entidades gubernamentales, que una estrategia o acuerdo político. Me dejó pensando, en especial porque pasa desde muchos otros sectores que comprometen un servicio al ciudadano. Muy de acuerdo con esto: “Ahí radica el quid de la permisividad y la anarquía, de las fallas frecuentes en el servicio y de la complicidad de malas costumbres que se pueden tipificar en delitos por la forma como se actúa. ¿Hasta cuándo? ¡Próxima! ¡Parada!”.

El sentir de la gente sobre este comportamiento de servidores particulares que prestan un servicio público es unánime: ¡mejoren, basta ya!

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