El Parque Cultural del Caribe está en pie. Es una sólida realidad, un ícono enorme de nuestra ciudad, de nuestra Región, uno de los sitios más emblemáticos y de mayor proyección en la Costa Caribe colombiana.
Con el arte y la cultura que promueve, el Parque Cultural brinda experiencias únicas, difícilmente posibles en otro lugar. Guarda nuestra memoria, refleja los rasgos de nuestra identidad y, al estimular la reflexión, nos hace preguntarnos por nuestro lugar en el mundo, develándonos asuntos que pasan, por rutina, desapercibidos. Más que asuntos, sentires, beneficios que tal vez no vemos, pero que nos hacen mejores seres humanos.
El Parque Cultural es una entidad sin ánimo de lucro, que contiene al Museo del Caribe, organiza actividades de diversa clase y ofrece un recorrido interesante a sus 70.000 visitantes anuales. Este año y debido al cierre del Amira de la Rosa, el Parque recibió en su Plaza Mario Santo Domingo al Carnaval Internacional de las Artes y a La Carnavalada, como ya lo venía haciendo con la Noche del Río. El complejo del Parque Cultural del Caribe espera que se termine de construir y poner en marcha el Museo de Arte Moderno.
Ese Parque Cultural costó un gran esfuerzo colectivo y una millonada el levantarlo. Pero valió la pena y se ha mantenido abierto por más de 10 años, gracias a la conciencia y a los aportes de entidades públicas y privadas. Apoyados en los resultados de una década, podemos decir que una gran fortaleza del Parque Cultural del Caribe ha sido el formidable respaldo institucional, público y privado, a su causa.
El Parque se ha sostenido con recursos de la Alcaldía de Barranquilla y la Gobernación del Atlántico. También con aportes del Gobierno Central, mediante el Fondo Nacional de Regalías, el Ministerio de Cultura, el Museo Nacional, el Icfes, Colciencias, Fonade y el Plan Caribe.
En el Parque todo funcionó muy bien en su primera década, hasta que, hace unos días, nos enteramos con asombro y con pena de una crisis financiera en su seno. Los años no llegan solos y el tiempo le pasó factura de deterioro a la infraestructura del lugar, incluidos el aire acondicionado y los aparatos tecnológicos de su museo.
En ese contexto, el rubro anual promedio de $70 millones para el mantenimiento se elevó en sus exigencias a $550 millones. Sin aire acondicionado, la entidad cerró su restaurante, canceló sus eventos interiores y bajó en un 50% el precio de las entradas. A la difícil situación se sumaron inversiones en la construcción del Museo de Arte Moderno y, ‘pum’, estalló la crisis: ¡el Parque Cultural necesita $3.000 millones!
Findeter deberá entregarle pronto los $870 millones invertidos en el Museo de Arte. Con ellos, el Parque pagaría salarios, arreglaría el sistema de aire acondicionado, repararía la tecnología averiada y tendría un aire su crisis.
Pero a este Parque hay que asegurarle una vida más prolongada. Más allá de restablecer su flujo de caja y garantizar su sostenibilidad anual, la ciudad y la Región han de comprometerse, con orgullo y para siempre, a mantenerlo atractivo y rutilante, como una uva, y no exponerlo jamás al penoso asombro público.