Eso fue el 19 de septiembre en el mundo. Mientras en México comenzaban a recoger los muertos de la extraña réplica, 30 años después, del terremoto de 1987, el huracán María azotaba a Puerto Rico y a Barbuda, San Martín y San Bartolomé en el Caribe, y Donald Trump planteaba la posibilidad de tres guerras en Corea del Norte, en Irán y en Venezuela. A eso equivalía su discurso en que a la hora de las soluciones, solo se le ocurrieron amenazas por el estilo de estar preparado para destruir a Corea del Norte, o de retirarse unilateralmente del acuerdo nuclear con Irán, o de someter la dictadura socialista inaceptable de Venezuela.
Los pesimistas, que se regodean en lo negativo, tuvieron suficiente con esa parte de la actividad de ese 19 de septiembre y no se detuvieron a mirar la otra parte.
Ese día el mundo pudo ver, para su sorpresa y admiración, la reacción de los mexicanos ante el desastre. Lo contaron los organismos de socorro: a su llamada en busca de colaboración, la respuesta fue masiva, cada mexicano quería colaborar en las tareas de rescate y prestar ayuda a los damnificados; más sorprendente aún: mientras lloraban a los desaparecidos, o cuando la esperanza se agarraba de una voz lejana, nacida entre las ruinas, los mexicanos cantaban. Era un coro fuerte de centenares de voces que entonaban su canciones populares.
Y en contraste con la tosca, casi cavernícola alocución de Trump en las Naciones Unidas, el presidente colombiano hacía notar que en la suya la noticia era la vida y que su gran logro era el silenciamiento de las armas y el acuerdo de paz.
Ves y envés de una jornada en que la historia quedó signada por una fuerte apuesta a la esperanza, a pesar de las furias de la naturaleza y de la torpeza del presidente Trump, cada vez más insignificante frente al poder y la responsabilidad de su cargo.
Su pequeñez como presidente quedó en evidencia cuando el mundo recordó su actitud y sus expresiones sobre el tema del calentamiento global. Empeñado en desconocer la realidad de la amenaza, tuvo un mentís contundente en cada una de las víctimas de los huracanes Harvey, Irma y María. Por el contrario, gana la conciencia de que el del medio ambiente es un problema de conciencia para el mundo, de que la naturaleza no es un campo para el dominio despótico de los reyes de la creación, sino un escenario de solidaridad y fraternidad.
Al mismo tiempo, la reacción del mundo ante la actitud prepotente e insensata del presidente estadounidense demostró que una lógica distinta se abre paso en la política mundial. Los conflictos no se resuelven con la fuerza bruta sino con la fuerza inteligente de la razón y del corazón. La de los gobernantes no puede ser la habilidad de un negociante o de un empresario, sino la de un ser solidario y capaz de valorar al otro como alguien irreemplazable.
Uno hace el balance entre los acontecimientos de este 19 de septiembre, les pasa revista a sus positivos y negativos, y concluye apostándole a la esperanza. El mundo, a pesar de todo, parece haber madurado.
Jrestrep1@gmail.com / @JaDaRestrepo