En todo el mundo, Alemania goza de la imagen de ser un país donde reinan el orden y la eficacia. Los que más se creen este cliché son los propios alemanes. De ahí que las escenas de caos que acompañaron la cumbre del G-20 el fin de semana pasado en Hamburgo han creado una profunda conmoción en la sociedad. Durante tres días, grupos de radicales violentos bien organizados y procedentes de diferentes partes de Europa, además de la propia Alemania, protagonizaron auténticas batallas campales con la policía. Y esta contraatacó con su artillería de cañones de aguas y gases lacrimógenos de una forma muy poco discriminada contra todos los manifestantes, fueran violentos o no.

Los miles de personas que integran el llamado ‘bloque negro’ –casi ‘turistas de la violencia’ que juegan a izquierdistas– destrozaron tiendas y quemaron coches en Schanzenviertel, un popular barrio de Hamburgo donde irónicamente vive mucha gente de izquierdas. Mientras tanto, Merkel, Putin, Trump y los demás líderes se reunían tranquilos detrás de las barreras de seguridad.

Entre los vecinos de Hamburgo cundió la sensación de desamparo total porque la policía dejaba a los violentos seguir su ronda nocturna de destrozos y saqueos por el riesgo de llevar a cabo una intervención más agresiva. Esta ausencia del Estado como protector de los ciudadanos, desafortunadamente, no es nada extraña en otras partes del mundo, pero en Alemania resulta irritante por falta de costumbre. Como era de esperar en la antesala de unas elecciones nacionales, los políticos se echan la culpa por el caos del G-20 los unos a los otros. Algunos democristianos del partido de la canciller Merkel pidieron la dimisión del alcalde de Hamburgo, el socialdemócrata Olaf Scholz. Era obvio que el plan de seguridad había fracasado, ya que la policía tuvo que pedir refuerzos nada más arrancar la cumbre.

Los socialdemócratas, por su parte, señalan como culpable a la propia Merkel porque fue una decisión personal de la canciller reunir a los líderes mundiales en su lugar natal, una ciudad conocida por sus potentes grupos de izquierdas.

Siempre es más fácil criticar después y ahora han vuelto las voces que proponen que estas cumbres se celebren en sitios remotos, islas o incluso en un portaviones. Sería un error. Los políticos no deberían esconderse y las protestas en reuniones como el G-20 son muy necesarias. El problema de grupos como el ‘bloque negro’ –muchos de ellos chavales muy jóvenes con ganas de vivir sus fantasías de guerra civil– es que ensombrecen la acción de las decenas de miles de manifestantes que protestan de forma tranquila contra las políticas de los gobiernos mundiales.

Los violentos necesitan a la masa de manifestantes para esconderse y lanzar su particular guerrilla contra la policía. Y la democracia, por supuesto, arropa su derecho a la protesta. Quizás el ‘bloque negro’ debería intentar llevar a cabo sus acciones cuando el G-20 tenga lugar en otro tipo de regímenes, como Rusia, China o Arabia Saudí.

@thiloschafer