El sábado 31 de enero los barranquilleros demostramos que tenemos corazón y tradición. Pero, sobre todo, demostramos que aún sigue viva la cultura ciudadana que en ocasiones parece ausente. Podemos afirmar que en este día se llevó a cabo un desfile de Garabato digno de una fiesta Patrimonio de la Humanidad.
Siempre me ha llamado la atención el comportamiento ejemplar de los espectadores en los desfiles de la 17, del Carnaval de Suroccidente y del Carnaval de la 44, ya que, a pesar de que no hay vallas, estos asumen una actitud respetuosa, llena de gozo y admiración hacia los danzantes. En contraste, en el desfile del Garabato últimamente el público era alejado con vallas de contención. Esta vez, el excelente comportamiento de los asistentes no nos permitió darnos cuenta de que no las hubo, con lo cual quedó demostrado que estas no son necesarias para que los espectadores respeten a los grupos participantes. Ni siquiera la espuma fue instrumento de irrespeto, como ha sido común.
¿A qué se debe este buen comportamiento? A mi manera de ver, al amor por la tradición. Amor por parte de los danzantes que salieron a la calle para honrar con coreografías la tradición; amor por parte de la familia Vengoechea que, con un pequeño grupo de caporales, organizó contrarreloj el desfile; amor por parte de nuestra soberana Cristina, quien con su espectacular baile engalanó la noche; amor por parte de las empresas patrocinadoras, que hicieron posible la realización material del desfile. Y fue ese mismo amor por la tradición el que sentimos por parte del público espectador, el cual, con aplausos extasiados, celebró la muerte de la muerte. Es una ley natural de la vida: respetando recibimos respeto.
Esta experiencia fue un importante primer paso para el renacer del tradicional desfile de la Danza del Garabato, la cual considero que el Country Club debería aprovechar, adoptando los aspectos positivos en el desfile que organizará el próximo año. El más importante avance, a mi manera de ver, fue la connotación de Garabato incluyente. Garabatos de la ciudad, diferentes a los del club, fueron bienvenidos al desfile y a la fiesta. Vivimos el verdadero Carnaval: el que se goza en unión y con pasión desenfrenada sin distingo de sexo, raza, color, religión o estrato social; característica que da fe de una comunidad que está buscando la cohesión social y el progreso real.
A pesar de aspectos que aún pueden mejorar como la puntualidad del desfile y el número de grupos participantes, este primer paso demuestra que sí podemos construir entre todos un carnaval organizado e incluyente; y hace ver que la clave para el desarrollo de una cultura ciudadana no está en la represión ni en las vallas de contención, sino en el desarrollo de un sentido de pertenencia por la fiesta y por nuestra cultura que solo puede germinar a partir del amor: amor por lo que somos, amor por lo que fuimos y amor por lo que queremos ser.
El Carnaval que añoramos, con el que soñamos y la salvaguarda de nuestro patrimonio cultural solo es posible si, como la familia Vengoechea, gozamos, pero también aportamos a la construcción de nuestra fiesta cultural; esa fiesta que, según dijo recientemente la revista Forbes, es el segundo carnaval más grande del mundo.
Daniela@cepedatarud.com
@DCepedaTarud