Tras conocerse el fallecimiento del destacado escritor peruano Mario Vargas Llosa, inmediatamente han salido a la luz distintos episodios que marcaron su agitada vida, dentro y fuera del mundo de las letras, una de ellas cuando intentó ser presidente de su país.
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En los años 80, Mario Vargas Llosa era ya una figura consagrada en la literatura mundial. Aclamado por novelas como Conversación en La Catedral y La guerra del fin del mundo, su voz tenía peso no solo en el ámbito cultural, sino también en el debate público.
En 1990, esa influencia dio un salto inesperado: el escritor se convirtió en candidato presidencial en su natal Perú, en una contienda que terminaría enfrentándolo a un entonces desconocido Alberto Fujimori.
La historia comenzó a gestarse en 1987, cuando el presidente peruano Alan García propuso la estatización de la banca. Vargas Llosa, liberal convencido y crítico del populismo, escribió un encendido artículo titulado ¡No a la estatización! en el diario El Comercio, que marcó su entrada formal al debate político nacional. A partir de allí, el escritor intensificó sus críticas al gobierno aprista y a lo que consideraba el avance del estatismo en el país.
En 1989, fundó el Movimiento Libertad, de ideología liberal, que más tarde se aliaría con dos partidos tradicionales para formar el Frente Democrático.
La candidatura de Vargas Llosa tomó fuerza rápidamente, apoyada por sectores empresariales, medios de comunicación y la clase media alta. Su propuesta se centraba en una profunda reforma económica neoliberal, que incluía privatizaciones, apertura comercial y disciplina fiscal para enfrentar la hiperinflación.
Durante la campaña, Vargas Llosa mostró una postura firme, académica y sin concesiones populistas. Pero ese mismo estilo —serio, racional y algo distante— comenzó a jugar en su contra frente a un electorado golpeado por la pobreza, la violencia del terrorismo senderista y el desencanto con la política tradicional.
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Entonces apareció el ingeniero Alberto Fujimori, un outsider sin carisma literario, pero con una narrativa sencilla y cercana. Fujimori representó la “antipolítica”, hablaba quechua en los mítines, montaba tractor en zonas rurales y se presentó como el “hombre del pueblo” frente al “candidato de la élite”.
En la primera vuelta, Vargas Llosa obtuvo el 32% de los votos, mientras Fujimori, sorpresivamente, alcanzó el 29%. En la segunda vuelta, Fujimori arrasó con más del 60%, apoyado por una coalición heterogénea que incluía a sectores de izquierda, conservadores religiosos y votantes de provincias marginadas. Vargas Llosa había perdido la elección, pero se mantenía como figura de referencia.
Tras la derrota, el escritor regresó a Europa y retomó su carrera literaria con renovada fuerza. Desde entonces, dijo en múltiples entrevistas que su paso por la política fue una experiencia enriquecedora, pero que prefería mil veces escribir novelas que gobernar un país.