No conocí a Margarita Gómez Márquez, la joven de 25 años, embarazada de seis meses, que apareció golpeada y baleada en una zona enmontada de Galapa, pero, como mujer y madre de una niña, con inmenso dolor escribo estas líneas, devastada por su feminicidio y el de su hija no nacida. Con el corazón encogido por esta monstruosidad que nadie debería pasar por alto, me siento con la obligación moral de levantar mi voz para condenar –ahora y todas las ocasiones que hagan falta– la lacra social que es la violencia machista, sexista y misógina que trunca vidas, mata a inocentes y destroza a la sociedad entera. Lo que aún muchos niegan o no quieren ver.

Indefectiblemente, la sevicia con la que fue asesinada Margarita nos lleva a preguntarnos, una y otra vez lo mismo, ¿cómo puede un ser humano hacer algo así? Detrás de un doble crimen tan atroz como este caben distintas hipótesis, y sin duda los investigadores las han empezado a barajar, pero lo que queda claro es el absoluto desprecio por la vida de las víctimas demostrado por el o los responsables del mismo. Frente a un hecho tan aberrante no cabe impunidad ni el menor atenuante. Quienes asesinaron a la joven y a la criatura que llevaba en su vientre, o fueron cómplices de semejante espanto, deben pagar por su crueldad. Es momento de más solidaridad y menos cinismo.

Abatida por el desconsuelo de perder a su hija y a su nieta al mismo tiempo, Yanet Márquez Blanco, progenitora de Margarita, ha insistido en que ella “no había hecho nada malo al salir embarazada”. ¡Por supuesto que no, faltaría más valorarlo así! La culpa debe desterrarse de la mente de las víctimas. Nada indica que existan errores en la conducta de la asesinada, a la que sus familiares, amigos y compañeros de la facultad de Administración de Empresas de la Universidad del Atlántico evocan como una persona “alegre, servicial y trabajadora”. Les fue arrebatada demasiado rápido, de golpe, de la forma más inhumana posible. Por eso, la exigencia de justicia y la urgencia de sus reclamos resultan incuestionables. Ante semejante tragedia, es impensable guardar silencio. Se hace necesario romper el círculo de creencias o conductas machistas que perpetúan barbaries, como la que acabó con estas dos vidas.

¿Quién mató a Margarita y a su hija? Su entorno más cercano coincide en señalar a un individuo, al que han denunciado ante las instancias judiciales, identificado como Alberto ‘Beto’ Sánchez, quien, además, sería el padre de la criatura. Yanet le reveló a las autoridades, que este sujeto, en reiteradas oportunidades, “le había exigido a su hija que abortara, porque no quería que la bebé naciera”. Sin embargo, Margarita siguió adelante con su embarazo, respaldada de manera incondicional por su familia que el pasado sábado, tras su misteriosa desaparición, temió lo peor. Sobre todo, luego de enterarse de que había sido citada por él.

Yanet y el resto de sus seres queridos no volvieron a saber nada más de Margarita hasta que acudieron a reconocer su cadáver en Medicina Legal. Sus lesiones en el rostro eran tan brutales que solo pudo ser identificada por unos tatuajes que tenía en las extremidades. Estremece saber que no se estaría únicamente frente a un caso de violencia machista, producto de la falta de respeto a la dignidad e igualdad de las mujeres en todos los ámbitos de sus vidas. El feminicidio de Margarita y de su hija no nacida podría ser un asunto mucho más escabroso, en el que cabrían motivaciones religiosas, porque su presunto responsable, según testigos, sería integrante de una comunidad religiosa, “con una doctrina donde muchas cosas están prohibidas”. Su extremismo derivaba en acusaciones insultantes en las que la víctima era acusada de “fornicadora”. Aunque suene a un fundamentalismo irracional, la Fiscalía que priorizó el caso debe tomar atenta nota para no dejar ningún hilo suelto.

35 mujeres han sido asesinadas en el Atlántico durante 2021. En al menos 8 casos el crimen se cometió en razón de su género, es decir, se cataloga como un feminicidio. Una pandemia en la sombra que no recibe la suficiente atención ni recursos para acelerar la imprescindible transformación cultural en familias, comunidades y escuelas donde urge erradicar la oprobiosa concepción de que las mujeres y niñas nacemos para satisfacer los caprichos de los hombres. Por Margarita y su hija no nacida esto tiene que cambiar.