Como cada 8 de marzo se conmemora este sábado el Día Internacional de la Mujer. Jornada imprescindible en el calendario anual que pone el acento en la urgencia de perseverar en la lucha a favor y en defensa de los derechos de las mujeres, de la equidad de género, en el mundo entero. Más allá de que sea una bandera histórica del movimiento feminista, esta se ha convertido en una innegociable cruzada que nos convoca a todos a abrazarla, en particular a los hombres, nuestros aliados determinantes en la construcción de una sociedad que sea verdaderamente inclusiva, diversa y con plena igualdad entre los géneros.

Sustentada en el legítimo, valiente y necesario reclamo de tantas mujeres que han decidido elevar la voz para que sus derechos sean reconocidos, esta lucha de décadas, e incluso de siglos, por la equidad no debe interpretarse ni mucho menos etiquetarse como si fuera una mera disputa con los hombres para demostrar quién es mejor en lo que hace, actúa con más libertad e independencia. No equivoquemos el foco, tampoco le demos espacio al negacionismo ni al victimismo que flaco favor le hacen a la consecución de más conquistas.

El auténtico propósito de esta causa común que certifica avances significativos, también retrocesos evidentes y, sobre todo, nos enseña que aún queda un largo camino por delante, no pretende ir contra nadie en especial, sino transformar realidades incontrovertibles, como la discriminación en las condiciones laborales o las brechas salariales entre géneros. Expresiones de un sistema inequitativo per se que excluye, descarta, aparta, cuando no abusa, explota o desprecia a las mujeres por el simple hecho de serlo. Ni exageración ni drama. Basta con detallar los datos irrefutables documentados por la Defensoría del Pueblo.

Para quienes aún demeritan con mezquino interés la reivindicativa lucha de las mujeres por la igualdad, vale la pena que sepan que ellas tienen tres veces más probabilidades que los hombres de no contar con ingresos propios, que la inseguridad alimentaria es mayor en hogares con jefatura femenina o que solo el 12,1 % de las mujeres accede a una jubilación.

¿Más cifras de la inequidad de género en Colombia? Solo el 38,1 % de quienes se dedican a la investigación son mujeres. Su participación en el mercado laboral es de 50,3 % frente al 76,4 % de los hombres. En 2024 se registraron en el país 885 feminicidios, el 87 % de las víctimas de delitos sexuales y el 75 % de las de desplazamiento forzado son mujeres y niñas. Su representación en la política y en las altas cortes está lejos de rozar siquiera la paridad.

En medio del desierto de marginación que deben cruzar millones de niñas y mujeres en Colombia es una noticia alentadora que el Atlántico se posicionara, después de Bogotá, en la segunda casilla del Índice de Equidad de Género (IEG) de la Universidad del Rosario, el Consejo Privado de Competitividad y Davivienda. En la más reciente medición, el departamento ascendió cuatro puestos por sus avances en infraestructuras del bienestar y del cuidado, acceso a cargos de representación, a mercados y servicios públicos esenciales. Sin duda, es una oportunidad para seguir trabajando en mejores políticas públicas que otorguen calidad de vida, independencia económica y condiciones dignas a las mujeres, en especial a las de la ruralidad para reducir todo lo que sea posible los abismos con los hombres en aras de tener una sociedad más justa e igualitaria, pilar del desarrollo real de una región.

A diario las mujeres aspiramos a escribir el guión de nuestras vidas. Muchas no lo logran porque terminan siendo víctimas de inaceptables exclusiones sociales, culturales, familiares o económicas que se han normalizado entre nosotros con absoluta impunidad. De ahí la urgencia de persistir en esta lucha universal por la defensa de más derechos y de justicia social que debe superar las buenas intenciones o las emotivas celebraciones del 8 de marzo.

Necesitamos menos discursos políticamente correctos sin efecto alguno en la vida cotidiana de mujeres amenazadas por exclusiones transversales y más transformaciones reales de la estructura del Estado, del conjunto de la sociedad, mediante normas, políticas públicas y, en particular, acciones decididas de todos los sectores para que la agenda con enfoque de género se inserte definitivamente en los ámbitos político, social, económico, científico, artístico y cultural. Nada distinto a darle sentido a una lucha que con coraje e inspiración ha abarcado a un número indeterminado de generaciones de mujeres, abuelas, madres e hijas, que sin saberlo también han dado pasos en el camino hacia la plena igualdad. No dejemos a ninguna atrás. Este es nuestro tiempo, aunque muchos insistan en proclamar lo contrario.