Ya no quedan dudas. Darth Vader, el otrora caballero jedi seducido por el lado oscuro de la fuerza se encuentra instalado en la oficina oval de la Casa Blanca desde hace poco más de un mes. Aunque no luce su imponente e intimidante armadura cibernética, sí conserva intactos sus implacables e iracundos golpes combinados con poderosos contrataques y una defensa robusta que en su versión de la vida real, lejos de la ficción cinematográfica, hace realidad a punta de controversiales directivas con las que ha desatado una serie de guerras.

Aunque lo parezca, el irónico símil no tiene gracia. Por el contrario, las primeras semanas de Donald Trump en la Presidencia de Estados Unidos han sido un derroche de fuerza, como probablemente nunca antes se había conocido, al mejor estilo de la visión imperial que tiene del mundo. Apenas comparable, por su velocidad e impacto, con una película. Pero con una de terror debido a las impredecibles consecuencias del nuevo orden internacional que está decidido a construir de la mano de sus asesores más influyentes, como Elon Musk.

Imponiendo su versión de la ley de la jungla, la del más fuerte, y sin duda lo es, Trump –el gran revisionista global– le está dando un entierro de tercera a las normas de la gobernanza mundial que facilitaron, y es lo más paradójico de todo, el dominio hegemónico económico y militar de Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Le importa un pito. Lo que verdaderamente le interesa es hacer realidad sus ambiciones territoriales, dando validez a una suerte de derechos especiales para decidir o reescribir el destino de los demás. Y eso claramente incluye la posibilidad de apropiarse de lo que le resulte útil o desea tener.

Es tal el tren de olas del tsunami geopolítico desencadenado por el magnate republicano que hasta sus históricos aliados de Europa, a los que no ha tenido en cuenta para negociar la paz de su vecina Ucrania, se descubren a punto del naufragio. En este asunto que retrata a la perfección el talante del nuevo imperialismo estadounidense, Washington tampoco ha considerado la opinión del país invadido a gran escala por Rusia, único responsable de este conflicto bélico que cumplió tres años en medio de un status quo sin novedades en el frente.

De hecho, los cambios se escenifican lejos del campo de batalla, sobre todo en el ámbito de la negociación directa o la diplomacia tras la disruptiva decisión del nuevo inquilino de la Casa Blanca de abandonar a su socio de Kiev para alinearse con Rusia, el agresor, lo que allana el camino hacia una aplastante victoria de Vladimir Putin. Este, sin duda, se debe estar frotando las manos ante la posibilidad –bastante real– de anexionarse el territorio ocupado.

Descolocada, la Unión Europea cierra filas con Ucrania garantizando un nuevo paquete de ayudas por 3.500 millones de euros. También con el presidente Zelensky, a quien Trump desacredita, llama “dictador” y acusa de ser el invasor, certificando la insólita tesis de su homólogo ruso, dispuesto –cómo no– a cerrar cuanto antes un acuerdo bilateral de paz con Estados Unidos bajo inaceptables condiciones que se impondrían a Kiev. Entre ellas, ceder territorios, dar acceso a Washington y Moscú para extraer minerales raros de su suelo y la renuncia a ser parte de la Unión Europea y de la OTAN. Al final, una rendición en toda regla.

Putin encontró en Trump la horma de su zapato para hacer lo que quiera con Ucrania. Válido también desde la perspectiva contraria. Dos derechas extremas que se retroalimentan en la consecución de sus intereses económicos, mientras su acuerdo de paz amenaza con vulnerar el derecho internacional, violar derechos humanos y erosionar la seguridad global.

Si Europa realmente unida, lo cual no parece viable por la presencia de la ultraderecha en el poder, no presiona un rumbo distinto en la negociación, Ucrania, país devastado e incapaz de resolver su futuro, se vería obligado a aceptar una paz indefendible que no garantiza su estabilidad. En tono conciliador, pero firme, el presidente francés, Emmanuel Macron, le dijo a Trump, tomando la vocería de sus socios, que “la paz no puede ser la rendición de Ucrania”. Acertado e indispensable, pero no lo hará desistir de seguir adelante. Más aún cuando el imperial mandatario ha blandido la espada del castigo de los aranceles.

Es la nueva era de amenazas existenciales unilaterales sentenciadas por la autoproclamada “autoridad” de Estados Unidos. Ahora, ¿quién tendrá el coraje de pararle los pies a Trump? Echando un vistazo en la aldea global, solo se le ve a la Unión Europea, pero ¿será capaz?