La guerra comercial 2.0 desatada por Estados Unidos conmociona al mundo. Era de esperarse. La imposición de aranceles a las importaciones de productos de sus principales socios, México y Canadá, con los que tiene vigente el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, (TLCAN), y a las de China, ratifica el alcance de su agresiva política proteccionista que sin duda tiene el enorme potencial de causar una auténtica debacle en la economía y geopolítica global, debido a los altísimos costos que todos nos veríamos obligados a pagar.
Por donde se mire, los efectos serían nefastos: más inflación, aumento en importes para consumidores y empresas, condiciones financieras adversas, acciones retaliatorias de los países afectados, brotes de nacionalismo, reconfiguración de relaciones bilaterales y de bloques comunitarios, e incertidumbre política, solo por citar algunos.
Lo paradójico es que del riesgo de una escalada alcista no se salvarían ni los estadounidenses porque casi la mitad del total de sus importaciones se vería afectada por la descarga arancelaria de Washington, que tampoco les es desconocida. Ya sufrieron sus efectos durante la primera era de Trump.
De cualquier forma, la medida de barreras arancelarias, de 10 % sobre las importaciones de China, y de 25 % sobre las de México y Canadá, develó dos realidades que ahora nadie debería perder de vista. La primera, Estados Unidos usará los aranceles como uno de sus más relevantes instrumentos en política exterior, aun si eso supone que violará o incumplirá acuerdos comerciales existentes, escalando tensiones comerciales todo lo que haga falta. Incluso, está dispuesto a poner su propia cuota de ‘sacrificio’ –vía repercusiones internas– para obtener lo que quiere. Nada distinto a ejecutar sus objetivos. Así que nadie está seguro.
Y la segunda, los gobiernos deberán estar abiertos a negociar cuando les toquen la puerta, asumiendo un diálogo directo con claros fines transaccionales para redefinir términos de la relación bilateral. Estados Unidos no oculta sus intenciones. Quiere construir una política específica para cada país, de acuerdo con sus necesidades e intereses particulares, que les facilite conseguir lo que buscan. Bien sea en seguridad, migración, comercio, o lo que surja.
Es la lección que al final del día nos dejan Claudia Sheinbaum, presidenta de México, y Justin Trudeau, primer ministro de Canadá. Tras hablar con Trump lograron que les suspendiera 30 días la entrada en vigor de los aranceles, previa aceptación de acciones para reforzar seguridad en fronteras, controlar la migración irregular y combatir el crimen organizado, el fentanilo y el lavado de dinero, mientras negocian soluciones de fondo a sus diferencias.
Estos dos líderes, así como el presidente de Panamá, José Raúl Mulino, quien acordó con el secretario de Estado, Marco Rubio, darle paso libre a buques de guerra de Estados Unidos y distanciarse de China para desactivar la crisis abierta sobre el canal, mostraron cabeza fría, coherencia y pragmatismo, con responsabilidad de Estado, sin estridencias ni antipatías ideológicas para resolver conflictos, priorizando intereses estratégicos.
Ahora resulta más evidente que la diplomacia de X de Petro, en el precipitado episodio de los aviones con migrantes deportados, arrastró a Colombia por el camino equivocado, nos expuso innecesariamente, mostrándonos débiles y erráticos. ¿Seremos prioridad en la agenda negociadora del Departamento de Estado o penderemos de un hilo, como ahora lo está la tan indispensable asistencia de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, USAID?
En la línea de Canadá y México, China y la Unión Europea también dejan la puerta abierta a negociar. Hacen lo correcto. Exhiben pulso en la defensa de sus intereses y sin perder el equilibrio ni caer de la cuerda floja, como buenos malabaristas que son, saben que el arte de la política y el de la guerra comparten puntos en común que ayudan a cantar victorias.
Así que en el nuevo orden mundial de Trump, la clave parece estar en la diplomacia pactista, con naciones que elevan su voz de protesta con firmeza ante las estrafalarias amenazas, usualmente injustas y arbitrarias de su interlocutor, pero sin renunciar a la confianza mutua, al respeto y a la soberanía, para tratar de cerrar acuerdos con beneficios compartidos. Solo el tiempo dirá si las maniobras de los equilibristas darán el resultado esperado.