Que nadie en el Gobierno del Cambio se llame ahora a engaño ni finja sorpresa. El naufragio de su nueva reforma tributaria, segundo envión desde que asumieron el poder, con la que aspiraban a tapar el hueco de $12 billones -reducido luego a $9,8 billones- de su también malogrado, además de desfinanciado presupuesto general de 2025, era un secreto a voces.
Por sentido común su ruina en el Congreso estaba cantada desde finales de septiembre, cuando la primera iniciativa ya se les había hundido. Si en ese momento, por un asunto de responsabilidad fiscal del Legislativo, no hubo consenso con el Gobierno sobre el monto final del presupuesto: $523 billones vs. $511 billones, ¿por qué el Ejecutivo estimó que la historia de su impuesta ley de financiamiento tendría un mejor desenlace? Error de cálculo.
En definitiva, pasó lo que tenía que pasar. Esto no va de engaños, traiciones ni de mezquinas campañas en clave electoral de cara a 2026, como los voceros del Gobierno, en cabeza del propio jefe de Estado, amplifican a la opinión pública en delirantes reacciones, todas en tono quejumbroso, sino de inobjetables realidades. En vez de asumir el costo de sus malas decisiones por el inadecuado e irresponsable manejo de las finanzas públicas, incluido el desplome del recaudo tributario y la baja ejecución ministerial para intentar tender puentes de diálogo con el Legislativo tras el siniestro del presupuesto, el Ejecutivo hizo lo contrario.
Con una lógica fuera de toda lógica, sin complejos ni disimulos, remontó la confrontación con congresistas, descalificó e insultó con saña al presidente del Congreso, Efraín Cepeda, y se dio licencia para incurrir en relatos artificiosos que enrarecieron aún más el clima de desconfianza instalado entre estos poderes públicos desde que Petro dinamitó su coalición de Gobierno. A todo ello se deben añadir los daños del entramado criminal y corrupto de la Ungrd que dispara fuego amigo desde, hacia y hasta la Casa de Nariño y el Capitolio Nacional.
En el fondo del derribo de la reforma, los recurrentes errores en el pilotaje de las cuentas estatales que han dejado sin espacio fiscal a hogares, empresas e industrias que a estas alturas no tienen capacidad ni margen de maniobra para asumir nuevos tributos. En la superficie, la trampa indecente con la que el Gobierno pretende justificar su dura derrota económica y política usando un potente discurso del miedo para espantar a la gente y, sobre todo, para trasladar a los parlamentarios que votaron en contra el costo político de su fracaso, pidiendo un juicio para ellos, no sin antes maldecirlos, cual ángel exterminador.
Es intolerable el burdo chantaje al que el presidente y sus áulicos pretenden someter al país, afirmando que el funcionamiento del Estado prácticamente dependía de los recursos que se recaudarían con la tributaria. El largo listado de afectaciones, a juicio de Planeación Nacional, no deja títere con cabeza: no habrá plata para acueductos, proyectos de saneamiento básico ni para subsidios de vivienda y de servicios públicos a estratos 1, 2 y 3.
Lo peor, en el catastrofista escenario que anticipa el Gobierno, corresponde al sector Defensa. Anuncia el ministro Velásquez que la capacidad de operación de las Fuerzas Armadas quedará reducida. Cuidado, este ardid al que ahora acuden para victimizarse podría salirles bastante caro. Una cosa es hacer de la política un show mediático buscando réditos electorales, otra muy distinta es jugar con la seguridad nacional de un país en guerra.
Ni qué decir respecto a la demagoga postura del ministro de Minas sobre la opción tarifaria que Petro se comprometió a asumir en mayo pasado. Que en este punto se escuden en el Congreso para excusar que no lo harán porque nunca presentaron un proyecto de ley para ese fin sabe a estafa. Además, cuando los usuarios de Air-e la han pagado casi por completo.
El Gobierno sabe lo que debe hacer: apretarse el cinturón, reorganizar las cuentas estatales, reducir el excesivo gasto público, recortar el presupuesto 2025, cuadrar caja, reactivar la economía, sincerar sus finanzas, pero nada. En tanto, Petro luce decidido a exorcizar sus demonios, como ayer en Barranquilla, en un espectáculo histriónico en el que no ofreció soluciones, solo esparció agravios en un intolerable tono chapucero e irrespetuoso. Inexcusables amenazas revanchistas que no les van a salir bien, porque son de corto vuelo.