Porque se intuía, no duele menos. El maestro Egidio Cuadrado Hinojosa, el eterno compañero de Carlos Vives, el alma de La Provincia, la agrupación con la que juntos recorrieron el mundo, internacionalizando el mágico folclor de Francisco el Hombre, se ha ido. Llevaba días batallando por su vida en una clínica de Bogotá, afectado por una pulmonía que finalmente nos lo arrebató.
Ahora que escuchamos sin tregua el inagotable repertorio de canciones que tan magistralmente interpretó con su fiel acordeón y tratamos de encontrar en sus afinados acordes algún alivio a la insondable tristeza que a todos nos invade, no podemos menos que lamentar la pérdida de un hombre bueno, afable, sencillo, fácil de querer. El compadrito incondicional que tantos en la vida alguna vez quisiéramos tener, ese que no se le arruga a nada, el que siempre está pa’ las que sea.
Así era Egidio. Un virtuoso del acordeón que desde que era un pelaíto, a los 6 años de edad, en su natal Villanueva, en La Guajira, demostró en el Festival Folclórico Patronal el excepcional talento con el que Dios lo había mandado a este plano terrenal. Llamado como estaba a hacer historia, ahora ya es leyenda, aprendió a cultivar de la mano de los grandes juglares vallenatos de su tiempo, entre ellos, el ilustre compositor Rafael Escalona, quien quedó prendado de la belleza y señorío de su hermana Dina Luz, la destreza en la ejecución del acordeón, y, en especial, la singular virtud de despertar en sus congéneres sentimientos o emociones a través de la música.
Ciertamente, una habilidad sublime, tan etérea como indescriptible, que él logró hacer toda suya.
Fiel a las tradiciones más puras del folclor de sus amores, Egidio se lanzó a la conquista del sueño de convertirse en rey del Festival de la Leyenda Vallenata. Lo consiguió en 1973, en la categoría de aficionado, y en 1985, en su tercer intento, en la de profesional. Reconocimiento bien ganado, por cierto, teniendo en cuenta la sapiencia suma del jurado que lo coronó: Alejo Durán, Lorenzo Morales, Emiliano Zuleta Baquero, Adolfo Pacheco y Juan Gossaín. Mejor acreditado, imposible.
A partir de ese momento, la prolífica existencia musical del compadre Egidio no tuvo vuelta atrás. Disco tras disco, con su propio conjunto o al lado de reconocidos cantantes, fue consolidando la reciedumbre de su portentosa figura en la escena del folclor vallenato. Pero sería su casual encuentro con el ‘Gallito Ramírez’ lo que cambiaría para siempre el rumbo de su carrera, también el de su vida personal. Su bien avenido matrimonio les duró más de 30 años y fueron muy felices.
Quizás por la antagónica procedencia de sus orígenes artísticos, su unión resultó tan sólida como la revolución que ambos lideraron en el universo del vallenato, en el que los más conservadores se resistían a abrazar la genialidad de su innovadora propuesta musical o descrestante puesta en escena. Como si el mocho, el pelo largo, la mochila arhuaca y el sombrero vueltiao estuvieran condenados a jamás entenderse. Pues se equivocaron nuestros puristas, además de cabo a rabo.
Vives, el rockero, y Egidio, el campesino, demostraron que sí era posible la unión de dos mundos distintos y una misma pasión verdadera. Su armoniosa conexión fue a primer sonido. El rutilante éxito de la serie Escalona selló la unión definitiva. Muchos años después, tras incontables triunfos, multitudinarios conciertos, numerosos premios dentro y fuera de Colombia, y, más que nada, de la devoción infinita, cariño sincero e inefable gratitud de su público, la frágil salud del maestro los distanció temporalmente, y ahora la inexorable muerte, que se le manifestó con excesiva premura al compadre, los separó para siempre, marcando el fin de una era inmejorable.
Cómo cuesta resignarse a la muerte del maestro Egidio, embajador excelso de nuestra música vallenata, auténtico símbolo de la colombianidad en su máxima expresión. Cuánto consuelo necesitaremos los que nos quedamos sin su entrañable presencia ni el sonido de su acordeón. Su partida nos ha instalado en una recién estrenada orfandad, en la que nos descubrimos de repente en el paraje más recóndito de la tierra del olvido, esperando su regreso. Imposible llenar el vacío.
Egidio Cuadrado ha pasado a la historia como el primer acordeonero rockero del alucinante Macondo que recreó con Carlos Vives, ese imbatible soñador de la música que decían las malas lenguas lo había enloquecido. Pura paja. Este par de visionarios reescribió la historia del vallenato para siempre. Bendita dupla. Para la familia del maestro, la de Vives y la de La Provincia, un abrazo.
Honremos la memoria del compadre de Colombia, como él hubiera querido, siguiendo adelante, nunca dándose por vencido, bonitas palabras que compartió a EL HERALDO hace un tiempo, como anticipándose a la eternidad que lo acoge con absoluta complacencia, como el rey que es.