Aumentan las señales de crisis energética en Colombia. Es responsabilidad de los tomadores de decisiones saber leerlas con claridad y en clave de medidas oportunas para anticiparse al escenario de un eventual racionamiento. Sin titubeos, Ecopetrol dio un paso adelante. Su medida de suspender la venta de gas natural vehicular a 13 empresas, con contratos condicionados, para destinarlo de forma prioritaria a la generación de energía eléctrica a través de plantas térmicas ratifica el difícil momento que atravesamos por la prolongada ausencia de precipitaciones. Ahí está la clave de la tormenta perfecta que nos abate.

No llueve, no al menos como se esperaba o se había anticipado tras el final del fenómeno de ‘El Niño’ que puso en jaque al sistema en marzo pasado cuando los embalses cayeron a mínimos de 31,5 %. Seis meses después el nivel no solo no se ha recuperado, la apuesta era que en agosto alcanzaran una capacidad superior a 70 %, sino que además acumulan semanas en franco descenso. Los datos de XM, el administrador del mercado de energía mayorista nacional son irrebatibles: a finales de julio las reservas se situaban por encima del 59 % y a corte del 20 de septiembre se encontraban en 49,83 %.

Ante fenómenos de variabilidad climática cada vez más impredecibles, como los hechos han demostrado, resultaría insensato pronosticar que ‘La Niña’ se consolidará finalmente de octubre a noviembre. Esa es la esperanza porque sin duda se necesitan lluvias intensas en las regiones donde se localizan los embalses para tener un respiro durante la temporada seca entre diciembre y marzo de 2025.

En un contexto tan volátil donde no cabe el menor dogmatismo, XM usa sus datos técnicos para anticipar un panorama crítico derivado, principalmente, de la escasez de lluvias que está dejando a las hidroeléctricas sin suficiente agua para generar energía, pero en el que también tienen cabida otras variables que complican aún más la actual coyuntura. Una parte corre por cuenta de la oleada de calor de las últimas semanas asociada a la emergencia climática, de eso sabemos de sobra en la región Caribe, donde continúa aumentando la demanda de energía para cubrir las necesidades de enfriamiento y refrigeración.

La otra, obedece al injustificable retraso en la entrada al sistema de proyectos de generación y transmisión de energía, algunos de los cuales acumulan cinco o más años de demora, frenados por una serie de barreras de licenciamiento, falta de regulación o de avances en consultas previas y por decisiones judiciales, como es el caso del pozo gasífero costa afuera Uchuva 2, parado por un juez de Santa Marta.

En un tercer frente aparece justamente el creciente riesgo de suministro de gas natural para satisfacer la demanda en el corto plazo por caída de reservas o de fuentes de producción nacional. En tanto el Gobierno –pese a ser consciente de ello- se cierra en banda a firmar nuevos contratos que conjurarían la amenaza de pérdida de suficiencia energética, con lo que habrá que importarlo a un costo más elevado.

Esa es la fotografía a día de hoy. Estamos sumidos en una crisis energética encubierta que se recrudece por momentos dependiendo de la variabilidad climática, a la que se le intenta dar manejo para mitigar al máximo sus impactos en la gente, pero sus responsables, en cabeza del Ejecutivo, no la resuelven de manera definitiva. ¿Lo hacen de forma intencional para propiciar un caos o es solo pura incompetencia?

En últimas, lo que tenemos es una cantidad de nubes negras en el horizonte energético del país. Similar a las que hemos visto en el cielo de Barranquilla y municipios del Atlántico durante la atípica semana de vendavales que han dejado estragos en miles de familias que necesitan una atención más diligente, mientras se deben reforzar los planes preventivos, porque esta situación no amainará prontamente.

Ahora que se hace imprescindible ahorrar agua de los embalses para aguantar todo lo que se pueda hasta que llueva, las térmicas recobran protagonismo, operan casi a tope y reafirman su relevancia en la matriz energética nacional. En marzo, cuando soportaron hasta 55 % de la demanda, habitualmente generan 28 % frente a 70 % de las hidráulicas y 3 % de las renovables, salvaron al país de un inminente racionamiento.

No será fácil superar semejante borrasca. El Ministerio de Minas anuncia medidas que esperemos no sean apenas pañitos de agua para tan dura sequía. Actúan, pero reactivamente y eso no es suficiente. Deben tomar la iniciativa, porque Colombia no es el único país que afronta los rigores de la emergencia climática.

Hemos perdido tiempo valioso para romper la inercia de años de dilaciones en la entrada de proyectos, de desaciertos en políticas de transición energética que generen confiabilidad y, ahora, cuando el margen entre oferta y demanda se estrecha, acercándose a un inédito 1 %, nos descubrimos estancados por decisiones sectarias, sobre todo en gas. ¿Qué hará el Gobierno y la vacilante Creg? ¿Malgastar el poco tiempo que les queda para esquivar el riesgo de un apagón? Encontremos el punto de equilibrio para no añadir más incertidumbre a una crisis que sigue sin ser abordada con el rigor técnico que el país demanda.