Arde Venezuela. Miles de personas se han volcado a las calles de la nación hermana para expresar su total repudio contra la ilegítima victoria de Nicolás Maduro en los comicios presidenciales del domingo. También para respaldar, cómo no, su reelección proclamada de manera abrupta por el Consejo Nacional Electoral, al que se le ha hecho vergonzosamente tarde para publicar las actas con información desagregada o detallada del conteo de votos, algo que daría transparencia, credibilidad, a los resultados, como ha insistido por activa y por pasiva la comunidad internacional que de manera representativa no está dispuesta a reconocer el triunfo de Maduro.

Pasan las horas y en la medida en que se conocen nuevos informes de misiones de observación electoral internacionales, el fraude del régimen queda más expuesto, sin encontrar acomodo alguno ante los contundentes datos divulgados por la oposición que ha logrado recopilar más del 80 % de las actas oficiales de votación, que fueron resguardadas y escaneadas, para atestiguar con pruebas reales, no con discursos altisonantes, los más de 7 millones de votos que habría obtenido Edmundo González en las urnas, no los 4,4 millones que le atribuye el conteo del CNE.

En estas horas críticas, todas las miradas se dirigen a María Corina Machado. La aguerrida líder de la oposición, que tejió una red masiva de veedores ciudadanos para anticiparse a la trampa de la maquinaria estatal, ha resultado ser la verdadera águila que cazó a la mosca del madurismo. O eso parece. Momento justo para recordar como en la Asamblea Nacional, muchos años atrás, el entonces presidente Hugo Chávez se mofó de ella, usando en su contra esta expresión popular.

Su cruzada por la libertad, la justicia y la verdad tras la penosa distorsión de los resultados sumó decisivas voces de respaldo. Joe Biden y Luiz Inácio Lula da Silva, presidentes de Estados Unidos y Brasil, reclamaron que las autoridades venezolanas “divulguen de inmediato datos completos, transparentes y detallados de los votos en los centros electorales”, en tanto estimaron que las elecciones venezolanas “representan un momento crítico para la democracia” en el continente.

Esa es la dimensión de lo que está en juego tras la maniobra grosera del vecino, que también recibió un varapalo de la Organización de Estados Americanos (OEA), que ahora lo acusa de manipulación “aberrante”, de manejo doloso de los resultados, de irregularidades institucionales, no sin antes asegurar que “la peor forma de represión, la más vil, es impedirle al pueblo soluciones a través de elecciones”, mientras le exige a Maduro que acepte su derrota.

No sucederá ni en mil años, ni siquiera porque las batallas campales se extiendan por Venezuela, donde se libra un pulso de resistencia popular, una medición de fuerzas que abre un frente adicional de preocupación internacional por el creciente número de víctimas mortales, heridos y detenidos. Uno de ellos, el dirigente de Voluntad Popular Freddy Superlano, sacado por la fuerza de su vehículo por unos funcionarios vestidos de negro, de la cabeza a los pies, que se lo llevaron.

¿A dónde o bajo qué acusación? No se sabe, así opera el aparato represaliador del Gobierno que anunció, a través del presidente de la Asamblea Nacional, Jorge Rodríguez, y del vicepresidente del PSUV, Diosdado Cabello, que meterán presos a María Corina y a Edmundo González, graduado como “jefe de la conspiración fascista”. El régimen intensifica, cuál verdugo, las retaliaciones contra sus opositores, justificándolas en los mismos argumentos vacuos de siempre. Maduro habla de un disparatado golpe de Estado, de teorías conspiranoicas con epicentro en la frontera con Colombia y de una supuesta “arremetida mundial del imperialismo liderada por la derecha internacional”, que suenan ciertamente delirantes, mientras se esfuerza en vano para convencer al mundo de lo inverosímil de su anómala victoria, advertida desde distintos frentes.

Con la soberbia de su egolatría e indecencia desoye el clamor del desesperado pueblo venezolano que toca las puertas de su palacio en Miraflores. Buena parte de los encapuchados que ahora repudian la Revolución Bolivariana son jóvenes, con física hambre, también de libertad y de esperanzas, enardecidos tras conocer el descomunal fraude electoral del que fueron víctimas, que les imposibilitará el soñado retorno de sus seres amados dispersos hace años por el mundo.

¿Quién lo diría? La generación de los llamados ‘hijos de Chávez’ se rebela contra el régimen que la vio crecer y, en un simbolismo sin parangón, derriba las estatuas del Comandante Eterno, haciendo rodar su cabeza por las mismas calles en las que ahora clama libertad. El madurismo sabe que no existe peor cuña que la del mismo palo, sí, corren horas definitivas para Venezuela. Y Colombia lo sabe. La crisis del vecino es también la nuestra, pasos certeros, firmes y sensatos..