Venezuela se juega su futuro en unos comicios trascendentales que podrían poner fin a la larga era del chavismo. Millones de ciudadanos acuden este domingo a las urnas para elegir entre el miedo por las amenazas de un “baño de sangre” si el oficialismo pierde las elecciones, proferidas por su candidato, el presidente Nicolás Maduro, y la promesa de construir entre todos un país libre, con progreso, garantías y derechos, principal propuesta del exdiplomático Edmundo González Urrutia, representante de la oposición, que en cabeza de la incombustible dirigente María Corina Machado, cohesionó el deseo de cambio de una sociedad desencantada y exhausta.
Incertidumbre es la palabra que mejor resume el sentir de los habitantes del vecino país, también de sus millones de migrantes y, por supuesto, de la comunidad internacional que con aprehensión observa a la distancia o acompaña de alguna manera este excepcional proceso electoral. Su justificada tensión se origina en los obstáculos de distinta naturaleza que han debido sortear las fuerzas opositoras para medirse ante el oficialismo, así sea con marcadas desventajas.
Su estrategia para debilitar las expectativas electorales de la oposición ha sido descarada. El chavismo puso en marcha acciones intervencionistas, consideradas irregulares, que han impactado su desarrollo. En la lista, tan larga como escandalosa, aparecen trabas en el trámite de habilitación de candidatos, con las que neutralizaron la aspiración de María Corina, persecución, detención de opositores, ausencia de garantías para la campaña, escollos administrativos para la inscripción en el registro electoral de los residentes en el exterior. De hecho, de los casi 8 millones de venezolanos que han abandonado su país, podrán votar unos 68 mil, 7 mil de ellos en Colombia, donde viven cerca de 3 millones. En Barranquilla serán solo 387.
Dando una lección de pragmatismo, asumiendo las desfavorables reglas de juego del régimen para boicotear su participación, la oposición ha sabido -esta vez- jugar sus cartas hasta el final, obteniendo un histórico respaldo de entre 20 y 25 puntos a favor de González Urrutia, en las encuestas. Pese a esta evidente ventaja es prácticamente imposible anticipar qué podría suceder durante el escrutinio que estará a cargo del Consejo Nacional Electoral, un órgano que carece de independencia, cuestionado en anteriores ocasiones por manosear resultados cuando estos no le son favorables al chavismo, como denunció Henrique Capriles en las presidenciales de 2013.
Con estos fantasmas de manipulación electoral sobrevolando un proceso, con vetos a testigos de la oposición, sin apenas observadores internacionales, en el que abundan las dudas por la forma cómo se recibirán los resultados y si el derrotado los aceptará, todas las miradas se dirigen inevitablemente a las Fuerzas Armadas, de gran injerencia en el acontecer del vecino país. La situación no es menor porque Maduro, quien insiste en un estallido social, una guerra civil o un nuevo ‘Caracazo’ si pierde, se vanagloria de asegurar que los militares no permitirán la llegada de la oposición al poder, mientras sus máximos comandantes hacen política a favor del régimen.
La encrucijada de Venezuela es colosal. Si Maduro es reelegido, quienes esperan regresar no solo no lo harán, sino que muchos más ciudadanos podrían emprender el éxodo por efecto de la crisis. Si bien es cierto que la economía algo ha mejorado, solo favorece a ciertos sectores, no a las bases populares chavistas, que fruto de la frustración se han volcado a la promesa de cambio de María Corina. Inversionistas aguardan el desenlace de esta movilización electoral, en la que la participación será decisiva. También lo hace la comunidad internacional, en la que Colombia y Brasil serán países determinantes en cualquier escenario, tanto si pierde o gana Nicolás Maduro.
En todo caso, pese a los incendiarios llamados del hombre fuerte del régimen, Diosdado Cabello, quien habla de traidores al referirse aparentemente a quienes dentro del chavismo estiman entregar el poder si salen derrotados, el bravo pueblo de Venezuela, incluidos sus militares, no debe caer en provocaciones. Lo peor que podría suceder es que se desatara una crisis de violencia que expusiera la vida de su gente. El mundo contiene el aliento ante esta crucial jornada.