La Copa América 2024 es historia, pero las emotivas actuaciones de una selección Colombia que nos ofreció su mejor versión aún retumbarán en el alma de la hinchada por un tiempo. Al fin y al cabo, el fútbol es la mejor expresión de un estado de ánimo colectivo que nos encumbra al paraíso o nos hunde en el mismísimo infierno. Lo sabemos de sobra, porque hemos saltado de un extremo al otro durante años con pasmosa facilidad.

Bueno, así había sido hasta ahora cuando el equipo dirigido por el equilibrado Néstor Lorenzo nos insufló renovadas esperanzas e ilusiones de alcanzar la gloria, instalándonos casi tres semanas idílicas en el reino de los golazos y victorias.

Es cierto que el sueño de obtener por segunda ocasión el título del torneo continental ante la campeona mundial, la encopetada Argentina de Messi y demás figuras, se nos escapó, y además en un santiamén, por un descuido, un error dirán otros, que revalidó en el estertor del segundo tiempo del alargue la efectividad de un goleador nato, como lo es el intratable Lautaro Martínez.

Sin embargo, también fue evidente a lo largo de un partido intenso, parejo por momentos, disputado en el atiborrado Hard Rock Stadium de Miami, que el combinado patrio luchó, batalló, guerreó y resistió todo lo que pudo, esforzándose por mantener la fe intacta hasta el pitazo final.

Sí, acariciamos la gloria al dejar atrás a Brasil, con la que empatamos, y a Uruguay, a la que derrotamos, dos selecciones campeonas del mundo. Sin titubear lo dimos todo: vencimos a Paraguay y a Costa Rica, goleamos a Panamá, mostrando una jerarquía que nos puso en el foco de los mejores del continente sin falsas pretensiones ni arrogancias, sino prometedoras realidades.

Mientras Colombia crecía en confianza, tras cada encuentro gracias a su juego competente, creíble, resultado de una acertada mixtura de talentos individuales y armoniosa coordinación, los jugadores nos ofrecían lecciones de deportividad que nadie debería olvidar, ahora que ha caído el telón de la Copa América.

Lo primero, la selección nos demostró su comprobada capacidad de movilizar alrededor de un mismo propósito a un país fragmentado como el nuestro por cuenta de la manida polarización política. Cuando parecía que nada reconectaría a los insalvables extremos de siempre, la prodigiosa izquierda de James Rodríguez, reinventado como la piedra angular del combinado nacional, a la postre el mejor jugador del torneo, marcó el reconfortante camino de la unidad, al que unos y otros se sumaron para celebrar sin ambages la alegría de los goles patrios.

En tanto los futbolistas se hacían grandes en la cancha, sus lazos de amistad, respeto y solidaridad alcanzaban a sus millones de compatriotas a la distancia, trenzando emotivos vínculos que a su vez los fortalecían para ir por más. Lejos de los insaciables egos o soberbias de un pasado reciente nos convencimos que sí teníamos con qué ganar. ¡Volvimos a creer en nosotros!, así de simple.

Lo segundo, nada es gratuito ni ocurre de la noche a la mañana. Recuperar la confianza perdida por errores que destrozaron el sentido de pertenencia ha sido uno de los principales logros del técnico Lorenzo. También los tiene en el ámbito futbolístico –sus 28 partidos invictos así lo atestiguan- pero devolverle el carácter de familia al equipo que su mentor, José Néstor Pékerman, se esforzó en construir en su momento es el soporte de esta selección que fusiona la experiencia de Arias, Ospina, Vargas, Uribe, Sánchez, Borja o Quintero con el ímpetu de Díaz, Lerma, Cuesta o Córdoba. Presente y futuro de un grupo admirable que, pese al resultado de la final, consolidó la admiración, respeto y cariño de una nación a la que dejó buen sabor de boca.

Por el contrario, sentimientos de vergüenza, indignación y desconcierto nos consumen cuando se observa a ciudadanos colombianos protagonizando desmanes en el acceso al estadio, en un intento de saltarse las normas para ingresar sin boletas, muchos de los cuales serán procesados por la justicia. O tras conocer lo sucedido con Ramón Jesurún, presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, y su hijo, Ramón Jamil, quienes terminaron arrestados luego de una trifulca con guardias de seguridad en ese lugar. Insólito, por decir lo menos. La Conmebol, también Jesurun, deben dar explicaciones. Se hace indispensable. Que no demoren en conocerse.