Si existe una herencia maldita que literalmente asfixia a los habitantes de Barranquilla, Soledad y Puerto Colombia esa es la de los puñeteros incendios forestales en isla Salamanca. Quienes ya tenemos canas sabemos de sobra que cada cierto tiempo, sobre todo desde que la emergencia climática se ha convertido en una realidad incontestable, las quemas –casi siempre intencionales- terminan fuera de control, causando una incalculable devastación de fauna y flora en la zona afectada del lado del departamento del Magdalena, además de una insufrible contaminación atmosférica que deteriora radicalmente la calidad del aire que se respira del lado del Atlántico.
Ahora que el fuego se extiende desde hace días sin que medie poder humano capaz de coordinar de manera eficaz los medios para extinguirlo con celeridad, nos preguntamos una vez más, molestos e indignados, ¿Hasta cuándo tendremos que soportar esta situación que obliga, en particular, a la población más vulnerable, menores, adultos mayores y enfermos, a permanecer encerrados en sus viviendas, como si estuvieran pagando una condena por lo que no hicieron?
¡Es una vergüenza la desidia del Gobierno nacional ante semejante crisis! Parece que sus dolientes directos, en este caso los ministerios de Ambiente, Defensa e Interior, no se enteraran que las persistentes llamas han devorado decenas de hectáreas de vegetación en apenas horas.
Será porque no ven ni perciben el olor que desprende la impresionante columna de humo que se eleva varios metros desde el foco principal del incendio. O porque tampoco escuchan el crepitar del fuego quemando la capa vegetal que cubre al santuario natural. No extraña que así sea. Al fin y al cabo este majestuoso ecosistema, ubicado entre dos capitales del Caribe, Santa Marta y Barranquilla, se encuentra a miles de kilómetros de los Cerros Orientales de Bogotá, la reserva forestal que concitó una movilización nacional en enero, cuando las llamas la consumían.
No nos cansemos de exigir el mismo trato, aunque lamentablemente los hechos nos demuestren que la mirada discriminatoria del centralismo domina, incluso, cuando se trata de responder a una emergencia de esta magnitud. Ni siquiera, pese a los insistentes llamados de auxilio de los organismos de atención de desastres, que se vieron superados en sus labores manuales de extinción del fuego, fue posible contar desde el primer momento con el apoyo del helicóptero de la Fuerza Aérea dotado con el sistema bambi bucket. La excusa fue que se encontraba averiado.
Solo a las mil y quinientas, en la tarde de ayer, se realizaron las primeras descargas. ¿Por qué no se avaló su uso antes? ¿Qué estaban esperando desde el Olimpo del Ministerio de Defensa para dar la orden? ¿A qué el crecimiento exponencial del fuego lo hiciera todo más difícil? ¿O a que los residentes del otro lado del Río registraran problemas en su salud por la exposición al humo?
Nada que decir sobre la valiente labor de quienes luchan de frente contra el fuego. Solo reconocimiento y gratitud. Con sus nueve compañeros, la comandante del Cuerpo de Bomberos de Sitionuevo, Margarita Velásquez, ha tratado de extinguir las llamas, aun cuando perdieron parte de sus mangueras y equipos o debieron evacuar tras el recrudecimiento del fuego. Estos héroes son los primeros testigos de cómo tortugas, serpientes, aves y otros animales sucumben ante el catastrófico avance del incendio. Merecen ser escuchados cuando piden auxilio. Es lo mínimo.
Salamanca, sujeto de derechos por orden de la Corte Constitucional, con sus 56 mil hectáreas de bosques, pastizales y manglares, hogar de 407 especies de animales, afronta un constante riesgo de incendios. Amenazada por prácticas irresponsables, cuando no sometida a acciones criminales de pescadores, cazadores, labriegos o de quienes extraen madera para hacer carbón vegetal, también soporta los efectos de la extrema realidad climática. Resulta evidente que los esfuerzos institucionales son insuficientes para reducir la deforestación y degradación de esta zona que necesita una gestión ambiental distinta, que sea sostenible y se adapte a los nuevos contextos.
Es inasumible que las quemas se normalicen, así que tienen que parar. Hace falta entonces una reflexión crítica, con responsabilidad política e interlocución de liderazgos desde el territorio, Magdalena y Atlántico, para fortalecer la articulación con el Gobierno central en torno a una estrategia fiable que deseche lo que no sirve, aborde los cambios necesarios y redefina el orden de prioridades, sin controversias oportunistas ni más pérdida de tiempo. Cada día se hace tarde.