Lo más frustrante de la hasta ahora insustancial labor del Ministerio de Igualdad y Equidad, en cabeza de la vicepresidenta, Francia Márquez, no es la renuncia de dos viceministras, Diana Gómez y Luz María Múnera en menos de una semana, o que casi diez meses después de entrar en funcionamiento todavía no logre cubrir la totalidad de los cargos previstos en su organigrama.

Ni siquiera lo es su bajísima ejecución presupuestal, de apenas 0,24 % de los $1.8 billones que le fueron asignados para 2024, que se han gastado en el pago de la nómina de sus centenares de funcionarios y no en inversión, lo cual demostraría su flagrante incapacidad para poner en marcha planes, programas o proyectos que contribuyan a saldar nuestra vergonzosa desigualdad.

Lo más decepcionante de todo es que la vicepresidenta y ministra Márquez, tan contestataria como siempre ha sido, guarde ahora silencio ante la serie de críticas o cuestionamientos de sectores, no propiamente de la oposición, que se han declarado “en alerta” frente a lo que sucede en el interior de su ministerio, considerado una de las grandes apuestas del Gobierno del Cambio.

De hecho, quienes se expresan más sorprendidas o desconcertadas ante la renuncia irrevocable de la viceministra de las Mujeres, Diana Gómez, una reconocida activista, experta y académica con gran legitimidad para desempeñarse en ese cargo, son las mismas organizaciones feministas que habían depositado en ella toda su confianza para avanzar en la ardua agenda de las mujeres.

¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué Gómez dio un paso al costado? ¿O es que acaso no se les estaban otorgando a las viceministras la autonomía y capacidad de decisión sobre asuntos de sus competencias para cumplir sus funciones? Desencuentros públicos, como el quedó en evidencia el 8 de marzo en Cartagena, cuando Márquez desautorizó a Gómez fueron elocuentes. Ni hablar de los resultados de una gestión que no despega. Algo definitivamente no encaja en la promesa de cambio que hicieron Petro y Márquez en los territorios más distantes donde enarbolaron las banderas de la igualdad, la prevención de violencias contra mujeres o su autonomía económica.

El movimiento social de mujeres, comprometido como ha estado siempre con las transformaciones que hagan realidad los derechos de las mujeres y la equidad de género en el país, le piden a Petro y a Márquez –en una carta pública- legitimar el diálogo para construir de manera colectiva las políticas, programas y proyectos del ministerio. Suerte con ello. Por el momento, este Gobierno ha mostrado una reducida capacidad, por no decir una nula voluntad, de escuchar otras voces que no sean las suyas. También el negacionismo suele estar en su ADN.

Insistir en este llamado constructivo hasta ser tenidas en cuenta es lo que corresponde. De ello dependerá que no se pierda una oportunidad que podría ser relevante para dar un salto significativo en esta lucha feminista que por décadas ha venido ganando espacios –no los suficientes- a punta de levantar su voz, de resistir, de hacerle el quite a indecencias que pretenden réditos electorales a costa del bienestar económico, de la salud mental o, aún peor, de las muertes de mujeres. Con sus ambiguas o erráticas actuaciones, el Gobierno no parece hoy el aliado que dice ser. Se necesitan certezas para trabajar articuladamente en el objetivo común.

No se trata de darle palo al ministerio porque sí. Este, en el que recae toda la responsabilidad de lo que pasa, bien podría rectificar sus pasos si es que existe intención de reconducir el rumbo, dejando de lado las palabras facilonas para centrarse en hechos concretos. Lo que no debería dilatarse más es el control político en el Congreso sobre asuntos cruciales o de mínimo sentido común, como la baja ejecución presupuestal, la duplicidad de funciones con otras entidades del Estado, la falta de capacidad instalada, los escasos avances en metas o la excesiva burocratización.

Reducir la desigualdad en Colombia es un acto de justicia. Con su creación, el ministerio adquirió esa responsabilidad histórica. Quizás asumió demasiados frentes, no supo cómo abordarlos o quienes emprendieron la misión no contaron con garantías para ejecutarla. Es momento de pedirle a la vicepresidenta Márquez caminos expeditos o soluciones posibles ante el preocupante inmovilismo de su ministerio que amenaza con cronificarse o en convertir en fractura las fisuras visibles de quienes no toleran la frivolidad de usar el feminismo u otras causas de grupos vulnerables con sentido oportunista.