Lo más lamentable del retiro de la sede de los Juegos Panamericanos 2027, decisión indeclinable anunciada por Panam Sports el pasado 3 de enero, no son los miles de empleos que se dejaron de generar en Barranquilla ni la oportunidad perdida para recibir impactos socioeconómicos sin precedentes, a corto y largo plazo, cuantificados en decenas de millones de dólares, para los habitantes del departamento del Atlántico. Tampoco lo es la comprensible frustración o decepción de nuestros deportistas de élite que veían en este evento, el segundo en importancia luego de los Olímpicos, una plataforma soñada para convertirse en profetas en su propia tierra.
Ni siquiera lo es la demostrada incompetencia e ineptitud de las ministras del Deporte, María Isabel Urrutia y Astrid Rodríguez, que entre agosto de 2022 y diciembre de 2023, fueron negligentes a más no poder, a tal punto que dejaron que los Panamericanos ganados a pulso por Barranquilla en 2021, se les esfumaran de las manos. Su arrogancia, en el caso de la excampeona olímpica, al igual que el desconocimiento, desidia e inexperiencia compartidos para sacar adelante semejante desafío se confabularon con el desinterés del resto del Ejecutivo que nunca tuvo a los Juegos en su radar. Jamás entendieron su dimensión ni la relevancia de hacer de ellos un proyecto común.
Si acaso hablaban de ellos cuando la Bancada Caribe presionaba por decisiones concretas en sesiones de control político. ¿Dónde estaba el Comité Olímpico Colombiano (COC), cuando el primer plazo de pago se incumplió en el cierre del Gobierno Duque en julio de 2022, cuando los meses transcurrían en 2023 sin que se ejecutara el cronograma de acciones acordado con Panam Sports, o cuando las ministras, en ese mismo año, dilataban determinaciones claves que, al final, no lograron ser concretadas? Los hechos son claros, pero las responsabilidades resultan difusas.
En efecto, lo más lamentable de este episodio que emana un insoportable tufillo a revanchismo político es que el presidente Gustavo Petro, sin hacer autocrítica ni expresar intención de rendir cuentas, mucho menos de ofrecer excusas, pretenda ahora lavarse las manos, cuál Poncio Pilatos, evadiendo su responsabilidad y la de sus ministros ante este mayúsculo descrédito internacional.
Es lamentable que ahora salga a la defensiva, repartiendo culpas en la administración anterior de Iván Duque y acudiendo a delirantes conspiraciones entre Paraguay y Panam Sports, a los que señala de orquestar una maniobra para burlarse de Colombia. Lejos quedó su conciliador anuncio de tratar de recuperar unos Juegos que su mismo Gobierno perdió en 2023, cuando dejó de pagar lo que le correspondía el 30 de diciembre: la primera cuota del acuerdo cerrado por Astrid Rodríguez. Para asumir responsabilidades no solo se requiere grandeza, también mucha valentía.
Conviene recordarle al jefe de Estado, por quien Barranquilla, el Atlántico y el Caribe votaron masivamente, que su posición categórica de poder, le demanda asumir una responsabilidad categórica sobre los actos de su Gobierno, los consumados o no. Todo esto ha sido una gran vergüenza, no existe forma de matizarla, ni de eximir o exculpar la falta de diligencia del actual Ejecutivo por no efectuar el primer pago convenido, el segundo no había cómo hacerlo porque ya nos habían quitado los Juegos, redundando en el evidente incumplimiento de la era Duque. Pasemos página, pese a que sea una habitual práctica arraigada en el ADN de nuestra dirigencia.
Gobernar mirando al espejo retrovisor para endosar al antecesor desaciertos o equivocaciones de gestión, cuando este terminó su mandato hace casi 19 meses, solo corrobora que el equipo de funcionarios se encuentra superado, sin saber con claridad hacia dónde avanzar o cómo articularse, lo que lo conduce a improvisar con frecuencia, cuando no a desbarrancar. Sus escasas competencias técnicas, falta de idoneidad para ejercer sus cargos y excesiva ideologización también los revela incapaces de enmendarse a sí mismos. Cabría preguntarse, en todo caso, en el escenario sobrediagnosticado de un Gobierno al que le cuesta planificar, concertar y construir acuerdos, carece de pluralismo, y le sobra confrontación, si el verdadero problema es su líder.
Los Juegos son historia, pero aún quedan asuntos con vida propia. Como corresponde, el alcalde Alejandro Char anuncia acciones jurídicas para recuperar los 2,2 millones de dólares pagados por Barranquilla a Panam Sports, como estaba previsto, mientras los entes de control aceleran sus pesquisas para determinar si hubo irregularidades que deriven en responsabilidades disciplinarias o fiscales de funcionarios. También están las políticas que el Gobierno debe asumir sin más dilaciones. En la diana, la ministra Rodríguez, pero no es la única. Detrás de esta debacle asoman otras cabezas con intencionalidad dañina. No insulten la inteligencia de los barranquilleros ni nos crean pendejos. ¡Exigimos respuestas, claridades y certezas, es lo mínimo!