Imbatible. Así luce Donald Trump en su camino a la Casa Blanca. Tras sus dos contundentes victorias en las primarias de New Hampshire y de Iowa, esta última celebrada como una asamblea local, el exmandatario, de 77 años, confirmó que no tiene rival en las filas republicanas que le dé pelea en su aspiración de convertirse, por tercera ocasión, en el candidato del partido a la Presidencia de Estados Unidos. Que gane la nominación se da como un hecho casi irreversible. Casi cuatro años después de la batalla electoral de 2020, la fotografía del momento es la misma.

El magnate mediría sus fuerzas con las del demócrata Joe Biden, de 81 años, quien aspira a la reelección. Hoy, turno para las primarias de su partido en Carolina del Sur, donde resultará el ganador. Es cierto que en la larga carrera para conocer al nuevo inquilino de la Oficina Oval aún quedan fechas claves, como la del Supermartes del 5 de marzo, cuando se celebrarán elecciones en 15 estados que otorgan un tercio de los delegados totales, pero no se anticipan cambios ni sorpresas que alteren las posibilidades de reeditar este mano a mano el próximo 5 de noviembre.

En las toldas republicanas, el inesperado retiro del gobernador de Florida, Ron DeSantis, dejó a Nikki Haley, exgobernadora de Carolina del Sur, sola en la disputa con Trump. En una carrera que ha sido desafiante desde el inicio por el marcado favoritismo del exmandatario, la también ex embajadora en la ONU ha decidido mantenerse firme, a pesar de que no cuenta con el respaldo político ni económico para reescribir la historia. Apenas la secunda un sector que se resiste al control hegemónico que Trump ha conseguido de las estructuras de su partido en los últimos tres años, en los que ha mantenido movilizados a los votantes, sobre todo a los más reaccionarios, que lo consideran no solo como la mejor opción para gobernar, sino como el redentor de su país.

Sin duda, Trump es un inquietante fenómeno político solo superado por él mismo. No sorprende que uno de cada tres republicanos insista en que le robaron las elecciones en 2020 o que 6 de cada 10 estime que debería ser el candidato del partido, aún si es condenado. Nada parece hacerle mella a su imbatible teflón político, ideológico y religioso. Ni los 90 delitos de los que se le acusan en procesos distintos por los que deberá responder en las próximas semanas, ni sus condenas, ni los señalamientos que lo vinculan al intento de asalto al Capitolio de enero de 2021, ni su intención declarada de perseguir y ajustar cuentas con quienes, dice, han lanzado en su contra una persecución judicial injusta, ni sus alarmantes delirios autocráticos. ¡Nada de nada! Por el contrario, su estrategia de victimización ha resultado tan efectiva que no ha necesitado hacer campaña.

Cada nueva visita de Trump a los tribunales le representa más votantes y recursos frescos para la cruzada política que lo tiene ad portas de regresar al poder y a sus contradictores, dentro y fuera de Estados Unidos, imaginando cómo se reconfigurarán las tensiones geopolíticas globales, las guerras de Ucrania y Gaza, o de qué manera abordará su conflictiva relación con el multilateralismo, el orden jurídico para la vigencia de los derechos humanos y los esfuerzos globales contra el cambio climático. Dicho de otra forma, todo aquello en lo que no cree el expresidente, que podría hacer del mundo un sitio más inestable e inseguro. En todo caso, quienes votarán no son los habitantes del mundo, sino los de Estados Unidos, que de acuerdo con las encuestas se muestran hastiados, por un lado, de su sistema económico, del que dicen solo favorece a los más ricos y poderosos, y, por el otro, de su clase política, a la que consideran corrupta y además indolente frente a las necesidades de la gente del común.

Los medios de comunicación tampoco se salvan de la desafección de una ciudadanía que los percibe parcializados. ¿Quién es el líder fuerte, capaz de retomar el control de la economía, frenar a la delincuencia y rebelarse contra el establecimiento? Paradójicamente, un conservador, multimillonario, de talante mesiánico, sin límites éticos ni morales que ha cruzado todas las líneas rojas posibles, también las democráticas, un excéntrico que no tiene quien lo frene. Sí, Trump.