Como cada año desde hace más de un siglo, y ojalá así sea por siempre, este fin de semana Barranquilla comenzó a escribir la historia de su tiempo más alegre: ¡el Carnaval! Con los fastuosos espectáculos de las lecturas de Bando en la Plaza de la Paz, la monarquía de las carnestolendas dio apertura oficial al incontenible derroche de folclor, tradición y patrimonio que viviremos, en la ciudad, también en el resto del departamento, los días 10, 11, 12 y 13 de febrero.

No pudo escoger nuestra soberana Melissa Cure un mejor eje central de su primer encuentro con el pueblo currambero que el tributo a las 13 danzas patrimoniales del Carnaval. Todo un acierto que le permitió no solo reconocer el aporte del paloteo, garabato, cumbia, indios, aves, farotas, diablos arlequines, mapalé, micos y micas, son de negro, coyongos, caimán y gallinazos a la grandeza cultural de nuestra fiesta, sino que también nos recordó que su inclusión en el dossier presentado ante la Unesco resultó determinante para que el Carnaval de Barranquilla fuera declarado, hace ahora 20 años, Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.

Bien lo expresó la reina, “gracias por existir, resistir y persistir”. De hecho, algunas de nuestras expresiones, danzas y disfraces, herederos de la esencia de lo que somos, caribe, carnaval y patrimonio, celebran aniversarios redondos que bien vale la pena destacar como el símbolo que son del aguante, entereza y vitalidad, a prueba de carencias, ausencias y adversidades de nuestros hacedores de las fiestas.

Ya son 70 años de ‘El Descabezado’, inmenso su creador, Ismael Escorcia; además de 60 años del Congo Tigre de Galapa o 40 de las Marimondas del Barrio Abajo, las Negritas Puloy de Montecristo, el Congo Carrizaleño, el Congo Infantil Alegría y África Insólita. Son ellos, con sus familias, compañeros de gesta, amigos y demás integrantes de las danzas, como lo destacó el director regional de la Unesco, Alexander Leitch, “lo que nos une, lo que celebra la amistad” en el Carnaval de Barranquilla y en el de los municipios. Claro que si hablamos de aniversarios sentidos, capítulo aparte merece el del historiador y gestor cultural Alfredo De la Espriella, quien es una institución, como pocas, durante décadas de festividades del dios Momo. Cómo se extraña la pluma magistral del ‘bandolero mayor’, su elocuente histrionismo literario para convidar al pueblo a disfrutar del carnaval, esa jocosa verborrea con la que escribió “la maricaita”, como él mismo diría, de 59 bandos. Verdaderas obras de arte del ‘perrateo’, en las que solía explayarse en elogios para su amada tierra bochinchera y guapachosa con la misma picaresca y sutil elegancia con la que defenestraba a los badulaques de primera, macabíes de segunda, mequetrefes de tercera y pelafustanes en general que se negaran a parrandear o se resistieran a disfrazarse.

Si alguien ha sido guardián de nuestras tradiciones ese ha sido Alfredo. Si la reina Melissa, con el rey Momo, el talentoso músico Juventino Ojito, ofreció un soberbio recorrido por las manifestaciones folclóricas de las comunidades ribereñas, en el que se destacaron expresiones ancestrales, invaluable legado de nuestros pueblos indígena y afro retratadas con entusiasmo por unos 600 bailarines, los reyes del Carnaval de los Niños, Samia Maloof y Emmanuel Angulo, quienes además fueron coronados durante su bando, hicieron palpitar con fuerza el corazón de las tradiciones. Su pasión carnavalera nos llena de orgullo, de alegría infinita. Con perrenque, desparpajo y la ternura de sus años, los pequeños artistas que los acompañaron se lucieron. ¡Emocionante! Con ellos y por ellos, que son el semillero de las fiestas, el jolgorio currambero vislumbra un futuro ilusionante, pero conviene no bajar la guardia.

Nos corresponde a todos, de la mano de los hacedores, custodios del patrimonio, y de figuras tan necesarias e importantes, como el entrañable Paco Paco, el personaje del Carnaval de los Niños, interpretado desde hace 20 años por el docente Hugo Diazgranados, también homenajeado en 2024, transmitirles la esencia carnavalera, mientras se garantiza su sostenibilidad en todos los ámbitos. Ese es el camino trascendente que con tan buen tino han trazado las soberanas Melissa y Samia, junto con los reyes Momos, Juventino y Emmanuel.

Hacía falta. Nada más valioso e indispensable que salvaguardar la tradición para promover nuestra identidad, ese orgullo de ciudad que nos une cual vaso comunicante por el que nos corre el tumbao. A fin de cuentas, es parte de nuestro sentido de pertenencia, así que para aquellos que aún se resisten a sacar el disfraz o a ponerse el antifaz esta advertencia: ¡con ustedes no habrá ninguna clemencia! Qué viva el Carnaval 2024.