Tras 12 días de infamia, Luis Manuel Díaz volvió a la vida. Que el inmenso alborozo que sentimos por su regreso al seno familiar, de donde nunca debió ser arrebatado por orden del Ejército de Liberación Nacional, no nos haga olvidar a quienes aún permanecen sometidos a la vileza del secuestro. Entre enero y septiembre, la Defensoría del Pueblo ha documentado 79 casos, casi todos en Arauca. Solo el Eln, de acuerdo con fuentes del Gobierno, mantiene a unas 30 personas retenidas en contra de su voluntad, buena parte de ellas a la espera del pago de dinero a cambio de su libertad. No se trata de especulación, sino de realidad. Llamemos a las cosas por su nombre.
Históricamente, la guerrilla del Eln, también las Farc, claro, se ha financiado a través de secuestros extorsivos, muchos de ellos de ciudadanos extranjeros. Sin la menor vergüenza, sus voceros los han catalogado desde siempre como “retenciones” e invocando su derecho de rebelión han justificado la comisión de esta actividad violatoria del derecho internacional humanitario, que lo identifica como toma de rehenes, tanto en escenarios nacionales como internacionales, y en las mesas de negociación con distintos gobiernos. La memoria es frágil, pero hace unos cuantos meses lo volvió a hacer el jefe de su delegación de paz, Pablo Beltrán, quien de frente dijo que continuarían con sus extorsiones y secuestros, como parte de sus “operaciones de finanzas”, a pesar del acuerdo de cese el fuego bilateral que se estaba anunciando.
Su cinismo no sorprende, ni antes ni ahora. La Comisión de la Verdad estima que de las 50 mil víctimas que dejó este atroz crimen, entre 1990 y 2018, más de 9.500 son responsabilidad directa del Eln, que jamás se ha mostrado dispuesto a abandonar el secuestro, pese a tantas voces que le han insistido en que demuestre su real voluntad de paz renunciando a él por completo. No fue hace tanto tiempo que las familias de los secuestrados del avión de Avianca, del kilómetro 18, de la iglesia La María o de la ciénaga de El Torno le suplicaban por la liberación de sus seres amados.
Su angustioso clamor, me consta, traspasó nuestras fronteras, pero al final no produjo ningún fruto. Es lo que pasa cuando las semillas caen en terreno árido. De eso hace más de 20 años. Desde entonces, ¿a cuántos hogares ha sometido el Eln a los horrores de una práctica humillante, atentatoria contra la libertad y dignidad humana que ha hecho un daño enorme a la sociedad?
El repudiable secuestro del padre del futbolista Luis Díaz, que mantuvo al país en vilo desde el 28 de octubre, es solo un eslabón más de la cadena de vejaciones que los armados ilegales imponen a los colombianos. Es hora de que esta, finalmente, se rompa y ahora sí para siempre. Sin libertad no habrá paz, presidente Petro, a propósito de su mensaje tras el regreso a casa del señor Díaz, que no es producto de la humanidad del Eln, ¡por supuesto que no!, sino de la presión de una sociedad hastiada de los continuos abusos de organizaciones violentas que sin piedad hieren a quien haga falta con tal de preservar sus economías criminales. ¿Ni un paso atrás, hasta cuándo?
La delegación del Gobierno señala que ha llegado el momento de tomar decisiones que eliminen el secuestro. Es lo mínimo. Lo harán en la mesa de diálogo la próxima vez que se encuentren cara a cara con su contraparte del Eln. Un primer paso será exigirle que liberen a todas las personas en su poder “de manera inmediata”. El segundo, advertirle que el secuestro no es un método de financiación, porque “comerciar con seres humanos no es lícito”, bajo ninguna circunstancia. Y el tercero, que la discusión sobre los mecanismos de financiación solo se hará cuando “aclaren los términos de su incorporación política en el escenario del fin del conflicto”. Seamos valientes, además de coherentes. Si la guerrilla no libera a los secuestrados y se compromete a no volver a cometer este delito, no se podrá avanzar ni la negociación durará. No debe haber vuelta atrás.
Ni el secuestro del señor Díaz ni el de demás víctimas son errores, tampoco un medio para financiarse; son realmente crímenes de guerra. Si no nos rebelamos contra semejante villanía, unidos como uno solo, seguiremos secuestrados, como hasta ahora, siendo rehenes del miedo, de la irracionalidad de la violencia de aquellos que validados únicamente por el poder que les otorgan sus armas nos causan un dolor inimaginable. No dejemos en el olvido a las víctimas del secuestro, la dignidad no se negocia. A los armados ilegales, dentro y fuera de las mesas de diálogo, debe exigírseles respeto por la vida y al Gobierno, que se pare firme ante los criminales.