Lo de ser universal, en el caso de Carlos Vives, no es un eufemismo más. Mi generación, pero también la de mis padres como la de mis hijos, reconocen la dimensión artística; pero, sobre todo, la de ser humano de este samario de eterna juventud y corazón profundo, comprometido defensor de causas sociales y ambientales y, antes que nada, un apasionado por la música colombiana, esa que él mismo ha contribuido a consolidar durante las últimas tres décadas como el gran pionero e innovador de ritmos que son ahora nuestra mejor carta de presentación, allende nuestras fronteras. Desde el vallenato de los juglares ancestrales, la cumbia y el porro del Caribe, hasta el rock y la balada, pasando, quién lo diría, por el bambuco. Nada le ha quedado grande a la hora de experimentar, probar o arriesgarse. En ello radica su extraordinario valor.
Con el paso de los años, a Vives, convertido en la actualidad en un ícono de la cultura contemporánea popular, ningún género musical le ha sido esquivo. De la mano de La Provincia, su leal agrupación, ha ido llenando ese simbólico maletín de sonidos que ha trasladado a incontables destinos de medio mundo. Es lo que tienen los cantautores que terminan siendo los más representativos embajadores de la patria, a tal punto que con sus melodías, formas de vestir o de pensar articulan comunidades de seguidores a donde van. Centenares de miles de personas, tal vez millones, han cantado ‘La gota fría’, del maestro Emiliano Zuleta, emocionados por la armoniosa voz de un cantante que lucía un mocho de jean, guitarra terciada, cabello largo, con más pinta de rockero que de artista vallenato, sin saber quién era Lorenzo Morales, si de verdad o no era un indio chumeca o dónde estaban ubicados esos cardonales en los que había nacido.
Cuando el romanticismo convive con el folclor, como sucedía en la casa paterna de Vives, donde coincidían boleristas con juglares vallenatos, no es de extrañar que en el pulso por exaltar las tradiciones más sentidas surja una obra maestra como 'La tierra del olvido’. Probablemente, una declaración de amor irrepetible. Dentro y fuera de Colombia, gracias al video de este emblemático tema, muchos se enamoraron de la perturbadora belleza de la Sierra Nevada de Santa Marta, a la que con seguridad visitaron luego para comprobar con sus propios ojos la exuberante biodiversidad de la montaña que se besa con el mar. Llamado poderoso de una canción eterna, mezcla de poesía, talento, pasión, corazón y memoria. La mejor versión de Carlos.
Buena parte de su legado, porque quien es universal lo va acumulando a lo largo de su historia sin esperar a un último festejo para compartirlo, lo encontramos en el desprendimiento que ha hecho de su ser musical que ha integrado a generaciones de artistas, a las que ha visto surgir y a las que, en algunos casos, ha señalado el camino a seguir. Vives ha sido amigo de sus amigos, de Juanes y Fonseca, de Chocquibtown y Fanny Lu, de Shakira y Maluma. Siempre generoso, con sentido común, demostrando gratitud, sin duda, porque él sí sabe lo que es volver a nacer. Al lado de su inseparable Claudia Elena Vásquez, rodeado de sus hijos, en cada una de sus canciones, también en sus colaboraciones con figuras internacionales o cada vez que recibe un reconocimiento, sintámonos orgullosos porque los espacios de su mundo Caribe, que también son los nuestros: Gaira, Pescaíto, el Rodadero o la Sierra Nevada, aparecen como una prolongación de su propia esencia, moldeando el alma contestataria del Vives más inmenso.
Cuando nadie creía en él como músico porque nos gustaba más como actor, Carlos Vives nos convenció que sería capaz de hacerlo mucho mejor en su faceta de cantautor, pero sobre todo de hacerlo distinto. Tenía razón. Su originalidad hizo de él una voz imprescindible en la banda sonora de nuestras vidas. Deseamos que su viaje, en bicicleta, a pie o como nos proponga, no termine nunca. Por estos días se ha detenido, por cierto, en Barranquilla, como invitado de la Cátedra Europa de la Universidad del Norte, donde ejerció de maestro y recibió un doctorado Honoris Causa en Ciencias Sociales. Así que dale Carlitos, queremos por siempre volverte a encontrar, porque tú eres nuestra fiesta, somos felices bailando contigo y reconociendo sin ningún tópico ni frivolidad que eres ya uno de nuestros patrimonios del Universo Caribe.